Se nombra así a «…la habilidad […] (de) seleccionar pasajes textuales que cumplan con las convenciones gramaticales, semánticas y ortográficas propias de la lengua, a partir de un propósito determinado de comunicación, y considerando la audiencia a la que van dirigidos, ya sea en el ámbito de estudio o el de participación social» (Temoltzin y Sánchez, 2014).

Esta habilidad implica múltiples conocimientos. Obliga a conocer y comprender con toda precisión las reglas gramaticales y ortográficas de un idioma; exige identificar y reconocer el objetivo de un texto frente a lo que enuncia (capacidad de evaluación); conlleva profundidad en el ámbito social para conocer, reconocer y dominar los distintos grupos de receptores (sociología y psicología).

Este último aspecto, en sí mismo, representa un universo de alternativas. Eso debido a que no habla igual una persona del norte que una del sur de un país; tampoco usa el mismo lenguaje, ni con el mismo significado de los vocablos una persona de clase popular que una de clase económicamente fuerte; una con estudios frente a una analfabeta (que se comunica eficientemente en su ámbito); hay, además, marcadas diferencias hasta de barrio a barrio popular (en la Ciudad de México, los de la colonia Bondojito no hablan igual que los de Tepito). Y, por supuesto, no es lo mismo el lenguaje coloquial que el académico o el jurídico, o el administrativo.

Es decir, para dominar realmente la redacción indirecta se debe ser un profundo estudioso de la lengua en muchos ámbitos y contextos.

Sin embargo, el concepto es fundamental pues deja de lado la forma tradicional de concebir al idioma: como algo lejano de la práctica social que debe estudiarse como un objeto de laboratorio (como sucede en la forma en que se imparte en la mayoría de las escuelas). Es decir, tradicionalmente se estudia la estructura gramatical y la ortografía bajo el sesgo académico mediante textos selectos de autores (en su mayoría ya muertos), que en nada se parecen a la realidad cotidiana (de ningún grupo social). De ahí que la comprensión lectora obligue a un esfuerzo extra social o más allá del propio ámbito del estudiante. En buena media, la razón del fracaso en el estudio de la lengua (lo que Martín Alonso –académico de la RAE– denunciaba en 1947 como exceso de gramaticalismo) está en haber alejado el estudio del idioma del lugar donde nació: la sociedad misma.

Es como estudiar en un zoológico a una especie. No niego que se puede recopilar mucha información. Sin embargo, no tendrán lógica, ni sentido sus rasgos evolutivos que en buena medida definirían su constitución, función de los órganos (con lo que ello implica para su alimentación y elementos de ejercitación para su sana estancia) y hasta hábitos.

El idioma es un producto social. Estudiarla fuera de ella, conlleva al fracaso de su comprensión.

Eso significa que el concepto redacción indirecta es fundamental para reconocer la lógica de la lengua. Aunque no se llegue a dominar (ni los académicos la dominan al cien por ciento), desde luego es un excelente enfoque.

sorianovalencia@hotmail.com

 

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