Los “pulpos” del ambulantaje

Pulpos del ambulantaje. Foto: Francisco Ortiz Pinchetti.
La gente que consume estos productos, conmovida por la imagen del humilde comerciante, se convierte en cómplice involuntario de este sistema perverso. A menudo los defienden. Piensan que están apoyando a un pequeño negocio, cuando en realidad están contribuyendo a engrosar las arcas de los ‘pulpos’. La compasión se convierte, sin saberlo, en una forma de perpetuar la injusticia.
Francisco Ortiz Pinchetti
En la vorágine citadina, entre el caos vehicular y el rumor de las multitudes, sobreviven miles y miles de vendedores ambulantes. Muchos de ellos, un ejército de humildes comerciantes que ofrecen sus productos a lo largo y ancho de la capital. Están prácticamente en cada esquina. Con sus humeantes tamales rojos, verdes y de dulce; sus tacos de canasta que prometen un rico bocado de mole verde o chicharrón, sus conos de frutas como mangos y papayas picadas que refrescan el paladar, sus semillas que crujen al masticarlas, con sus elotes cocidos y sus esquites con chile y limón… ¡una sinfonía de sabores y aromas que embruja a los transeúntes!
La imagen es idílica, casi poética. El pequeño comerciante, esforzado y emprendedor, que con sus propias manos construye su futuro. Un héroe anónimo que lucha contra viento y marea para sacar adelante a su familia; pero la realidad, como suele suceder, se muestra mucho más compleja, más oscura. Y a veces trágica.
Detrás de la aparente humildad de estos vendedores, se esconde una red de intereses, un entramado de poder que opera en la penumbra. Los ‘pulpos’, como se les conoce en el argot popular, son los grandes controladores del mercado. Tras la fachada del pequeño negocio familiar, se ocultan gigantescas empresas que explotan a cientos de trabajadores, quienes, a menudo son apenas sombras en este laberinto económico.
Un vendedor de tamales puede parecer el dueño de sus propios utensilios (el bote, el anafre), el capitán de su pequeño barco en el mar de la economía informal; sin embargo, la verdad es que en muchos casos es un simple peón en el juego de un imperio mucho mayor. Algunos de estos ‘pulpos’ controlan a cien o más vendedores, quienes, bajo la promesa de un trabajo más o menos estable, se ven obligados a entregar la mayor parte de sus ganancias al patrón.
Lo mismo ocurre con los vendedores de semillas. Por ejemplo, en la concurrida esquina de Insurgentes Sur y Eje 7 Sur, Félix Cuevas (donde coinciden estaciones de la línea 12 del Metro y la ruta 1 del Metrobús), en la Alcaldía Benito Juárez, esos personajes que ofrecen cacahuates, pepitas, nueces, garbanzos… todos ellos, en muchos casos, son empleados de grandes redes de distribución que lucran con su esfuerzo. La imagen del vendedor independiente, esforzado y honrado, se desvanece ante la cruda realidad de la explotación.
Al anochecer, esos vendedores se concentran en calles interiores, como la de Manzanas, en donde entregan su “cuenta” al capataz y reciben su pago (alrededor de 100 pesos por día) para luego ir a guardar su carito o carretilla en alguna de las casas de esa colonia Tlacoquemécatl que rentan espacio en sus patios o garajes a los ambulantes durante la noche. Las ventas brutas de cada uno de esos trabajadores superan diariamente los mil pesos brutos de ventas. Y algunos “pulpos” son dueños de 60, 100 o más carritos. Por supuesto, no pagan impuestos al Gobierno –aunque sí “mordidas” a los inspectores de Vía Pública– ni prestaciones a sus trabajadores. Pueden despedirlos sin ninguna indemnización. Y día que no trabajan, no cobran: nada de “descanso semanal”, ni de “incapacidad” por enfermedad.
Y eso ocurre por todos los rumbos de la enorme ciudad.
La gente que consume estos productos, conmovida por la imagen del humilde comerciante, se convierte en cómplice involuntario de este sistema perverso. A menudo los defienden. Piensan que están apoyando a un pequeño negocio, cuando en realidad están contribuyendo a engrosar las arcas de los ‘pulpos’. La compasión se convierte, sin saberlo, en una forma de perpetuar la injusticia.
Estos trabajadores, a menudo, son explotados sin piedad. Reciben pagos miserables, carecen de prestaciones sociales y viven en una precariedad laboral alarmante. Su situación es un grito silencioso en medio del bullicio de la ciudad, un testimonio de la desigualdad que persiste en nuestro país.
La imagen del vendedor ambulante, por lo tanto, se torna ambivalente. Es un símbolo de la resiliencia y el ingenio del pueblo mexicano, pero también una muestra de la profunda desigualdad y la explotación que se esconden tras la máscara de la economía informal. Es hora de mirar más allá de la superficie, de cuestionar la realidad que se nos presenta y de exigir un cambio en este sistema que condena a cientos de personas a la precariedad y la explotación.
Según datos oficiales en el tercer trimestre de 2024 había en la capital aproximadamente un millón 510 mil vendedores ambulantes, lo que representa un aumento del 2.61 por ciento en comparación con el trimestre anterior. De este total, alrededor de 840 mil son vendedores ambulantes de alimentos, con un salario promedio de cuatro mil 900 pesos al mes.
Échenle cuentas: el precio al público de los tamales fluctúa entre los 18 y los 20 pesos por pieza. Algunos tamales más elaborados, como los oaxaqueños, pueden costar hasta 35 pesos cada uno. Un cálculo conservador estima un consumo de 1.5 millones de tamales cada día en la CDMX. En ocasiones especiales, como el Día de la Candelaria, la venta total puede llegar a los 40 millones de piezas, según estadísticas de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco).
Los precios de los tacos de canasta son aún más accesibles: entre los ocho y los 14 pesos, en promedio, dependiendo, sobre todo, de la zona en que se expenden. Cada comerciante vende entre mil 200 y dos mil tacos diarios. Esto significa una venta bruta de entre 12 mil y 20 mil pesos diarios, a un promedio de 10 pesos por taco.
Estos ejemplos resaltan la importancia de los vendedores ambulantes en la economía informal de la Ciudad de México, así como la necesidad de reconocer las condiciones en las que trabajan. Aunque muchos de ellos parecen ser en efecto pequeños emprendedores, en realidad la mayoría de ellos son empleados de grandes redes que controlan el mercado y ganan millones de pesos. Los “pulpos”, pues. Válgame.
Francisco Ortiz Pinchetti
https://www.sinembargo.mx/author/franciscoortiz/
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).