Las críticas a López Obrador y el juego de Juan Pirulero
José Luis Camacho Acevedo.
Oswald Spengler postula que las culturas y las civilizaciones humanas son similares a las entidades biológicas, cada una con una esperanza de vida limitada y un ciclo de vida predecible y determinístico y la presencia política de los imponderables.
Y después de recordar a Spengler escuché con Ciro Gómez Leyva al “dirigente nacional” del PAN, el inefable Marko Cortés.
Cortés expuso las condiciones que deben cumplir aquellos que aspiren a ser candidatos de su partido a cargos de elección popular.
Pero las reglas fantasmas de Marko no son lo trascendente que le dijo a Gómez Leyva.
La lectora de fondo de lo que dijo el panista fue que la Alianza va por México ha quedado virtualmente destruida y abriendo un camino, más ancho aún, que el que tiene MORENA para conservar la presidencia de la República.
Más tarde recibí una información en la que Alito, para no quedarse atrás del melindroso Marko, se destapó como candidato del PRI a la grande.
Queda claro que, ni como sociedad civil ni como partido político, la oposición en México es una figura bizarra que nadie entiende y que menos la ve como una entidad que propone algo sensato y viable para salir del túnel en el que nos han sumido las genialidades del líder de la 4T.
Me quedo con un párrafo del talentoso Mario Luis Fuentes sobre la división de poderes, una forma de gobernanza que en México los actores políticos han convertido en un escenario nacional de caricatura.
En el juego de Juan Pirulero. Aquel esparcimiento en el que solo había regla: que cada quien atienda su juego y lo demás que ruede la bola.
Dice Fuentes:
Montesquieu sostenía que el gobierno de una república era el más difícil; más aún si la república es democrática, porque es la forma de gobierno que exige de mayor virtud para ejercerla. Pero no cualquier virtud, sino la de la capacidad de, simultáneamente, gobernar y ser gobernado. Esto es, quien ejecuta la ley está sujeto a ella y, diría el filósofo, “sufre también su rigor”.
En una república no puede mandar sino la ley; la cual establece los mecanismos que deben seguirse para reformarla, en el caso de que la mayoría legítimamente establecida considere que es esencial para garantizar el buen funcionamiento de la sociedad y del Estado.
Sin embargo, la pervivencia de una república democrática no depende sólo de quienes gobiernan, sino, sobre todo, de los gobernados, pues si no hay virtud en las y los ciudadanos, estos sucumben fácilmente al llamado de los déspotas o de los tiranos.”
Y que se ponga el saco a quien le quede.