«Si no lees, solo vivirás tu aburrida vida; si lees, vivirás mil vidas» dijo en alguna ocasión George R. R. Martin, el creador de Juego de Tronos. El pasado 23 de abril se conmemoró el Día del libro y el Día de los scouts. La conmemoración para el libro fue instituida por la ONU por una coincidencia de fechas en el fallecimiento de grandes autores: Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega. Pero también es el día en que Baden Powel, fundador del movimiento, designó como Día del Scout porque es cuando se recuerda a san Jorge, patrono de los ideales caballerescos, inspiración para muchachos.

San Jorge, cristiano de origen turco, presuntamente, defendió a una princesa de las garras de un dragón. Caracterizado por los más altos valores religiosos –también fue mártir–, como patrono debe ser fuente de inspiración de la lucha del bien contra el mal de las juventudes formadas en el escultismo.

En los albores de la lectura –finales de la Edad Media, principios de la Moderna– las aventuras caballerescas propiciaron el desarrollo de la imaginación y con ello, el fomento a la lectura. Es decir, que de forma moderna la lectura se incentivó como una actividad recreativa. Una acción para disfrutar y con ello acerarnos a ser felices.

Para Jorge Luis Borges, leer es la felicidad. Sin embargo, él mismo decía que nadie debe ser forzado a leer, pues nadie está obligado a ser feliz; eso es decisión de cada cual.

Para otros muchos autores, leer propicia experiencia. Es decir, al enterarse e imaginar las condiciones de los personajes, se acumula conocimientos y vivencias. Quizá, esas condiciones jamás se padecerían, pero si se llegaran a experimentar, se cuenta con antecedentes. A diferencia de la televisión y el cine en que se es espectador, en el libro, las historias escritas obligan a la mente a crear todo ese mundo y, por tanto, se interioriza mejor.

Los libros como los conocemos son un invento romano. Antes de esa cultura, los escritos estaban en rollos, en papiros (de ahí el título del excelente libro de Irene Vallejo: El infinito en un junco –vegetal de donde se producía el papiro–).

Ahora, los autores no necesariamente deben ser adultos. El pasado fin de semana tuve el enorme gusto de disfrutar de la presentación del libro Cuentos para no caerse de la cama, escrito por niños de entre los 7 y 13 años. Todos ellos son integrantes del taller literario Diezmito de palabras (una extensión del taller fundado por Hermino Martínez, quien fue cronista de Celaya).

Propiciar que los niños aterricen su imaginación no solo los lleva a ser creativos (y ya Einstein ponderaba la creatividad por encima del conocimiento); también obliga a investigar, acopiar datos, leer, buscar soluciones y mantener una mente abierta y curiosa. Ya no me extiendo al beneficio de la riqueza de vocabulario, conocimiento de gramática, ortografía e información científica, que desde luego conlleva escribir.

Tengo sembrada una flor de lis en el corazón (símbolo del escultismo) y amo los libros. Fecha muy significativa para mí.

sorianovalencia@hotmail.com

 

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