Voto y boda
Voto y boda proceden de la misma palabra latina: votum. Para los romanos, hacer un voto, implicaba una promesa, un compromiso, un juramento indisoluble, una obligación ante los dioses al reunir a dos personas. Nuestro voto, entonces, implica una boda, etimológicamente hablando. ¿Con quiénes nos casaremos este 2 de junio?
Boda deriva del plural de votum: vota. Este vocablo fue asociado a la costumbre religiosa de fundar familias mediante mutuas promesas ante los dioses, compromisos de los contrayentes.
Ya para el siglo x, el sacramento recibía el nombre de votas. ¿Por qué en plural? Porque eran dos promesas: la de cada cónyuge. Al plural latino votum, con el tiempo, se le incorporó una S que sustituyó a la m. Es el mismo fenómeno de gente y gentes: la primera ya es un colectivo, refleja conjunto, pero es una voz singular. Para satisfacer la necesidad psicológica de identificar varias personas se suele aumentar una S.
Una reminiscencia de este tipo de plural es el nombre de la zarzuela Las bodas de Luis Alonso (aunque en algunos carteles aparece en singular). La pieza musical refiere solo el enlace del maestro de baile Luis Alonso con la joven María Jesús. El plural, entonces, hace referencia a los respectivos juramentos.
Esta palabra con la evolución de la lengua pasó nuevamente a singular, a *voda. En 1241 en el Fuero Juzgo aparece ya con la ortografía actual, aunque la gente la escribía indistintamente. En la Ortografía de Nebrija de 1517, formaliza el vocablo con B, para boda y V para voto (muchas palabras en español aplicaron B y en otras lenguas románticas conservaron la V latina: haber —español—, avoir —francés—, avere —italiano— y haver —catalán—).
En estos momentos, para hacer el símil, los candidatos nos cortejan mediante las respectivas campañas. Nos proponen celebrar una boda, casarnos por el tiempo que dure el puesto de elección popular porque se presentan como la mejor opción al hablar mal del opositor. Pero como en el noviazgo, hay gran esmero por agradar a la pareja. ¿Y una vez casados…? Si no cumple, el divorcio. Además de engorroso quedaremos muy lastimados. Meditemos, entonces, a quien llevaremos al «altar».
La historia debe dejarnos enseñanzas. El cortejo no debe quedar solo en época de campañas: cada acto de gobierno, debe confirmar que la elección fue la correcta, como pasa en las parejas duraderas.
Pero la coincidencia no termina ahí: entre los romanos la boda no era con igualdad jurídica: el voto, para la mujer era de fidelidad y para el hombre, de protección. Veamos si cumplen.
Afortunadamente eso ha cambiado. Las promesas de protección y de fidelidad deben comprometer a ambos. La igualdad jurídica actual así lo contempla. Una buena boda en la perspectiva que nos ocupa, demanda de los diputados y futuros presidentes municipales que no se olviden de compromisos, una vez conseguido el sí de los votantes; ni los ciudadanos nos olvidemos de exigir cumplimiento de lo prometido durante el cortejo. Y, como entre parejas, ojalá el encanto no se pierda por falta de comunicación honesta y permanente.
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