Para nadie resulta extraño que el vocablo elección viene del verbo elegir. El vocablo elegir aparece con dos acepciones en el Diccionario de la lengua española (DLE, el oficial de nuestro idioma): 1. Escoger o preferir a alguien o algo para un fin; 2. Nombrar a alguien por elección para un cargo o dignidad. Se diferencia del vocablo dilema en que este solo contempla dos opciones, mientras que en elección puede tratarse de más de dos.

El próximo domingo tenemos elecciones para elegir a quien encabezarán el ejecutivo federal, escaño del senado y de la diputación. Coincide con este proceso, en Guanajuato coincide con la elección de gobernador, senadores y diputados locales.

El vocablo candidato procede la palabra cándido, que implica puro, limpio (cuidado, no se relaciona con tonto o inocente). Históricamente (desde Grecia y Roma), quienes han aspirado a un lugar público siempre han querido demostrar la pureza de sus intenciones. No siempre ha resultado así. Buena parte han aprovechado su ubicación para beneficiarse o abrir oportunidades a sus allegados. La guerra de declaraciones contra los oponentes parece dejar claro que no hay uno solo inmaculado.

Ya mencioné en anterior colaboración que la palabra voto procede de boda. Por ello, en los casamientos aún se habla de hacer juntos los votos a la pareja contrayente. Por supuesto, si nos desencanta el elegido, el divorcio es un serio problema. De ahí la importancia de elegir bien al candidato para evitar el desencanto. No basta que él (o ella) hable bien de sí mismo (nadie hace lo contrario), lo importante es valora su trayectoria y no mezclarlo con la guerra de declaraciones. Por ello, es imperativo el análisis y la reflexión. Es decir, comprender bien el uso de vocablos para reconocer cuál se sustenta en hechos y cuáles se emiten solo por la oportunidad.

Y, aunque resulte chocante, el vocablo idiota también pertenece a las palabras relacionadas con las elecciones. El término actualmente se aplica a quien presenta deficiencias en sus procesos mentales. Sin embargo, su origen se remonta a los orígenes de la democracia. Para el concepto griego, los ciudadanos estaban obligados a votar por sus representantes en el Senado. Quien no lo hacía era un egoísta, alguien que no se preocupaba por las decisiones que afectarían a la sociedad en su conjunto; que solo se inmiscuía en asuntos privados propios. Si alguien no participaba era calificado de idiota. La raíz idio– significa propio. Por ello, la encontramos en vocablos como idioma (que es la lengua propia de un grupo) o idiosincrasia (que implica una forma de pensar también propia). El idiota solo veía por los asuntos propios.

Participar es fundamental. Quien gobierne tomará decisiones por los electores. Eso dará rumbo al país (económica, política y socialmente). Por lo tanto, dejar de hacerlo significa abandonar al azar el propio futuro. Anular el voto o no presentarse a ejercer el voto, es propiciar que los demás decidan por uno mismo. Así como una gota es la que derrama el vaso, un voto puede determinar la diferencia.

sorianovalencia@hotmail.com

 

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