Columna Diario de campo

Luis Miguel Rionda (*)

El plagio de textos ajenos es uno de los peores vicios en el ejercicio de la labor académica o aquella con pretensiones de formalidad. Hoy en día, el ejercicio de las profesiones demanda que los egresados de programas de educación superior sean capaces de elaborar textos propios donde se evidencie la capacidad del aspirante para exponer ideas y abstracciones sobre temas de su especialidad. Puede tratarse de tesis de grado, informes de ejercicio profesional, ensayos varios, y demás recursos que los programas definen en sus requerimientos de egreso.

Este tema me resulta especialmente doloroso de abordar. Como generador profuso de ensayos académicos (libros, capítulos, artículos y demás) he sido víctima frecuente de los plagiadores, y en la mayor parte de las ocasiones me he dado cuenta hasta que no hay remedio. Los perpetradores suelen rechazar los señalamientos de plagio con argumentos tales como “el texto estaba en internet, y eso lo convierte en dominio público”, “no me di cuenta de que era tu texto”, “ni que fuera para tanto” y demás linduras de la desvergüenza.

Los mexicanos tenemos muy poco respeto por la propiedad intelectual. Somos usuarios asiduos de la piratería, del “copy-paste”, del fotocopiado masivo y de cualquier recurso que nos permita disfrutar de los frutos del esfuerzo ajeno. No es raro que el tema de la propiedad intangible provoque debates en las negociaciones de los tratados comerciales internacionales. Si el conocimiento es accesible, ¿por qué respetar los derechos de autoría?

La Ley Federal del Derecho de Autor define en su artículo 12, que “autor es la persona física que ha creado una obra literaria y artística”, y “es el único, primigenio y perpetuo titular de los derechos morales sobre las obras de su creación” (artículo 18). Además, “el derecho moral se considera unido al autor y es inalienable, imprescriptible, irrenunciable e inembargable” (artículo 19). “Los titulares de los derechos morales podrán en todo tiempo: … II. Exigir el reconocimiento de su calidad de autor respecto de la obra por él creada…” (artículo 21).

Los recientes casos de plagio académico por parte de personajes destacados en la escena pública sólo reflejan lo generalizada que está esta conducta antiética. Los estudiantes y egresados de los programas de educación superior no reciben la formación metodológica y deontológica para evitar estos fraudes, y las nuevas tecnologías han facilitado el acceso a fuentes de información inmensas.

Se asume con cinismo: ¿quién se va a dar cuenta? Pero la misma tecnología nos da la respuesta. Existe software especializado en detección de plagios: Turnitin, PlagScan, Viper, Plagiarisma… La Universidad de Guanajuato nos provee de Copyleaks, aunque el MS Word ya cuenta con una herramienta propia para detección de coincidencias de textos. Nuestros estudiantes deben saber que sus profesores no vamos a tolerar estas conductas. Sólo así erradicaremos esta plaga, que ha infectado incluso a nuestros líderes, que muestran el cobre debajo del oropel…

(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León.

 

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