Opción por los pobres
“Lo cierto, me parece, es que América Latina y su Iglesia perdieron el martes pasado a una de sus figuras más influyentes en la teología y el compromiso”.
Francisco Ortiz Pinchetti
Coincide el abominable asesinato del sacerdote indígena Marcelo Pérez Pérez en San Cristóbal de las Casas con la muerte del dominico considerado el padre de la Teología de la Liberación, Gustavo Gutiérrez Merino, a los 96 años de edad.
Ambos, cada uno en su ámbito y en su dimensión, entregaron su vida al acompañamiento de los más pobres. El crimen de Pérez Pérez conmocionó a gran parte de la sociedad mexicana. El fallecimiento en Lima de Gutiérrez Merino pasó prácticamente desapercibido en nuestro país.
El peruano, promotor incansable de la opción preferencial por los pobres (concepto que a él se le atribuye), abrió en los años sesentas del siglo pasado –a raíz del Concilio Vaticano II (1962-1965)–, un sendero inédito hasta entonces para la evangelización, particularmente en América Latina. La justicia social, no la limosna piadosa ni la dádiva interesada, se situó en el centro de la misión de la Iglesia Católica latinoamericana a partir de las enseñanzas de Jesús.
Conforme a una recopilación del periodista Aníbal Pastor, el sacerdote dominico enseñó que “la teología debe ser crítica y liberadora, situada en el contexto histórico de los pobres y oprimidos. Su función no es solo interpretar el mundo, sino transformarlo a la luz del Evangelio” (Teología de La Liberación, Perspectivas, Ed. CEP 1971).
“Pastor profundamente creyente –escribe Pastor– Gutiérrez marcó también que “la espiritualidad es el seguimiento de Jesús, no desde una perspectiva teórica, sino práctica, desde la vivencia cotidiana” (Beber en su propio Pozo).
Fue un religioso que advirtió que “hablar de Dios en medio del dolor no es una tarea fácil; es necesario hacerlo desde la solidaridad con quienes sufren, reconociendo que sus preguntas son también nuestras preguntas” (Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente).
Lo cierto, me parece, es que América Latina y su Iglesia perdieron el martes pasado a una de sus figuras más influyentes en la teología y el compromiso. Su legado queda marcado por la profunda huella que dejó en la Iglesia Católica y en la vida de millones de personas del pueblo creyente, especialmente de aquellos que sufren aún hoy la exclusión y la pobreza en nuestro subcontinente.
El padre Gutiérrez Merino siempre fue claro en su visión: “La pobreza no es un signo de virtud, sino de injusticia”. Estas palabras resonaron en su obra pastoral y académica. En las parroquias más humildes del Perú, en particular en el distrito limeño del Rímac, construyó una comunidad comprometida con el Evangelio y la transformación social. La opción preferencial por los pobres, una de las piedras angulares de la Teología de la Liberación, fue para él una respuesta al llamado de Cristo a amar y servir a los más pequeños.
Dos postulados centrales de su interpretación liberadora del mensaje evangélico son, uno, que la salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica, como signos visibles de la dignidad del hombre. Y dos, que la liberación implica una toma de conciencia ante la realidad socioeconómica latinoamericana y la necesidad de eliminar la explotación, la falta de oportunidades e injusticias de este mundo.
Esta posición radical para su tiempo, a la que algunos atribuyeron para descalificarla cierta inspiración marxista, proclive inclusive a la lucha armada (que por cierto no descartaba en situaciones extremas), era en realidad una lectura literal del Evangelio. Y sí, eso resultaba –y resulta– profundamente revolucionario.
La Teología de la Liberación, impulsada por el teólogo peruano recién fallecido tuvo seguimiento en otras figuras latinoamericanas, entre ellas los brasileños Leonardo Boff y Hélder Cámara, el salvadoreño monseñor Óscar Arnulfo Romero y el nicaragüense Ernesto Cardenal, así como en los españoles Pedro Casaldáliga Pla y Jon Sobrino. En México, se afiliaron a esa corriente evangélica los obispos Sergio Méndez Arceo (Cuernavaca), Arturo Lona Reyes (Tehuantepec), Samuel Ruiz García (San Cristóbal de las Casas), José Alberto Llaguno Farías (Tarahumara), Manuel Talamás Camandari (Ciudad Juárez), Bartolomé Carrasco Briseño (Oaxaca), todos ellos ya fallecidos, así como el obispo emérito de Saltillo, Raúl Vera López, el único sobreviviente.
Decenas de sacerdotes y miles de laicos en esas y otras diócesis de nuestro país se acogieron a través de las Comunidades Eclesiales de Base y otras organizaciones a la premisa toral de Gutiérrez Merino, la opción preferencial por los pobres, entendida no como una tarea caritativa sino como un instrumento de justicia social. No una súplica amorosa ni un acto benevolente, sino una exigencia rotunda, ciertamente radical, y un compromiso de vida.
La pobreza, dijo en una declaración que sacudió a la Iglesia, “es un estado escandaloso, atentatorio de la dignidad humana y por consiguiente contrario a la voluntad de Dios”.
A través del Secretariado Social Mexicano, órgano del episcopado para la pastoral social, los padres Pedro y Manuel Velázquez, hermanos entre sí, promovieron la creación de numerosos movimientos de inspiración cristiana con el enfoque de la Teología de la Liberación, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia (Cencos, el Instituto Mexicano de Estudios Sociales, la USEM, las cooperativas de producción, consumo y vivienda; las Cajas Populares, Promoción del Desarrollo Popular), en varias de las cuales participé.
Los teólogos, prelados y sacerdotes latinoamericanos inscritos en esa opción, sufrieron durante el papado de Juan Pablo II críticas, descalificaciones y presiones constantes de sectores conservadores de la Iglesia. Sin embargo, el propio Gutiérrez Merino desmintió la versión de que hubo una condena explícita de la Santa Sede a la Teología de la Liberación. “No ha habido nunca una condena a la Teología de la Liberación”, dijo en una entrevista. “Nunca. Si se ha dicho esto no es verdad. Sí hubo un diálogo con la congregación (de la Doctrina de la Fe). Un diálogo muy crítico, eso es verdad”.
Es sin embargo un hecho que durante los años 80 fueron varios los documentos de la Congregación de la Doctrina de la Fe, cuando era prefecto de la misma Joseph Ratzinger, en la que se le criticaba duramente. Esto ha cambiado radicalmente con el Papa Francisco, simpatizante desde siempre de la Teología de la Liberación, que ha apoyado el compromiso preferencial con los más desvalidos.
En 2018 el Papa jesuita mostró su simpatía y cercanía con Gustavo Gutiérrez Merino, a quien felicitó por su 90 cumpleaños. “Me uno a tu acción de gracias a Dios, y también a ti te agradezco por cuanto has contribuido a la Iglesia y a la humanidad, a través de tu servicio teológico y de tu amor preferencial por los pobres y los descartados de la sociedad”, le escribió el actual Pontífice. “Gracias por todos tus esfuerzos y por tu forma de interpelar la conciencia de cada uno, para que nadie quede indiferente ante el drama de la pobreza y la exclusión”.
La vida y el sacrificio del padre tzotzil Marcelo Pérez Pérez confirma que la semilla de esa evangelización germinó en muchas regiones de América Latina, como en Chiapas, donde decenas de religiosos asumen ese compromiso profundamente cristiano. Válgame.
DE LA LIBRE-TA
DE TAL PALO… Exactamente 22 días tardó la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo en hacer en sus conferencias matutinas una primera descalificación de los medios de comunicación, a los que acusó de emprender una “campaña negra” contra su gobierno a raíz de la impugnación de la jueza veracruzana Nancy Juárez al procedimiento legislativo que llevó a la aprobación de la funesta reforma judicial. Otra vez siguiendo el cartabón de su antecesor y guía, la generalización sin fundamento para denunciar una confabulación conservadora contra los pobres de este país. La misma cantaleta. Aguas.
@fopinchetti
Francisco Ortiz Pinchetti
https://www.sinembargo.mx/author/franciscoortiz
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).