La cultura del rollo
Aplicamos la palabra rollo o sus derivados a una comunicación que produce fastidio, tradicionalmente. Este puede deberse a dos razones, es más largo de lo soportable o es inconsistente a pesar de la brevedad. En el Diccionario de la lengua española las acepciones 13, 14, 15 y 20 la definen como una expresión coloquial para: discurso largo, pesado y aburrido; cosa y, por extensión, persona, que resulta aburrida, pesada o fastidiosa; mentira, historia inventada o falsa; aburrido, pesado.
El diccionario oficial parece conceptuar el fastidio a partir de lo largo. Sin embargo, en la práctica se refiere a argumentos inconsistentes, a pesar de lo breve. Es decir, he escuchado la aplicación del vocablo en infografías con pocos elementos y en razonamientos cortos.
En España, como lo indica la acepción 14, la palabra rollo también puede aplicarse a quien lo emite: «Qué rollo eres, tío» (aunque en algunas regiones, de forma tradicional, le llaman pejiguera). En México el término acuñado para la persona, aún no recogido por los diccionarios, es: rollero.
A mi parecer, existe una cultura del rollo desde hace mucho tiempo. El propio Cantinflas, el personaje cómico que llenó buena parte de la época de Oro del Cine Mexicano era un rollero. Sus discursos breves o largos eran totalmente incomprensibles, ilógicos e inconsistentes. El fuerte de comicidad radicaba en la forma de enfrentar los enredos de sus historias con ese peculiar estilo que le terminaba por librar de todo.
El problema para nuestra sociedad, a pesar de la conciencia de ridículo, muchas personas en la vida cotidiana así enfrentan su problemática. Pero no solo el caso es popular, es suficiente con ver los textos públicos (oficios y memorandos) o las promociones judiciales de abogados litigantes que suelen ser tremendos rollos.
Nadie critica porque «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra». Es decir, para reprochar se debe poseer un estilo como marcan los cánones actuales de escritura: breve, preciso y claro. Y esto no parece caracterizarnos a los mexicanos.
Por una parte, los mexicanos no somos directos porque creemos que eso es brusco u ofensivo. Entonces, los extremadamente pulcros en ese aspecto nos obliga a dar rodeos o ser insinuantes. En vez de preguntar a alguien: ¿qué hora es?; rodeamos con ¿podría ser tan gentil de darme la hora?
Por otra parte, para ser directos es necesario tener claro los razonamientos y las decisiones: muchas veces no es así porque improvisamos por la vida. En casa, de pequeños, no nos enseñan a razonar por qué una conducta es inapropiada o por qué es preferible comportarse distinto. Los padres suelen imponer conductas y en ocasiones hasta con golpes. ¿Eso a qué se debe? A que también ellos fueron formados mediante imposición respecto a lo bueno y lo malo, sin cuestionar o comprender la razón de conductas o decisiones. Cuando alguien como adultos nos cuestiona, con el fin de no admitir una falta de razonamiento al respecto, se suele soltar un rollo. Es decir, un conjunto de afirmaciones incoherentes, poco consistentes o francamente deshiladas.
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