Todo ámbito humano tiene reglas. Algunas las conocemos y otras ni idea tenemos de ellas. No obstante, estamos normados en todo nuestro entorno. Incluso, si las quebrantamos, su desconocimiento no nos libra del reclamo de nuestro ámbito inmediato (con coerción o desprecio). Pero… ¿quién vive –o puede vivir– consciente de todas las normas aplicables?

Al cocinar, recurrimos –conscientes o inconscientes– a leyes de la física (cuidado no saber manejar la olla exprés, por ejemplo). Al alimentarnos, propiciamos salud o enfermedad a causa de combinar las propiedades de los productos de nuestra dieta. Es decir, por mera intuición o paladar nos apegamos o alejamos de las normas de la buena nutrición. Con ello fortalecemos o debilitamos las condiciones biológicas que nos rigen.

A ello se suman las normas de convivencia social, reguladas por el derecho (en actividades laborales, comerciales, estudiantiles) y las de convivencia (morales o sociales).

Y como si todo ello no fuera un aluvión, ¡hablamos y escribimos mal!

¿Qué consecuencias tiene no usar bien el idioma? Para fortuna de los usuarios, es la normativa menos sancionadora. Quebrantar las normas físicas o biológicas nos pone en riesgo de vida; las sociales y morales nos castigan (física, económica o socialmente); pero las normas lingüísticas… con esas no va más allá que gestos de quienes las conocen (y hasta el sector público se aprovecha de eso).

Al conjunto de reglas de un idioma se le llama gramática. Y se encuentran tan poco valoradas que el aprendizaje de otro idioma a través de conocer sus reglas se torna fastidioso. La mayoría lo toma como agobio, no como objeto de interés. Esta condición se acentúa cuando se trata de la lengua materna. Con deficiencias o imprecisiones, el individuo ya ha absorbido la estructura del idioma y los ejerce en su ámbito. De ahí que estudiar español a través de la gramática sea un rotundo fracaso para nuestro caso. Para ello es suficiente con sopesar cuántos profesionistas con carrera terminada saben distinguir un sustantivo de un adjetivo cuando se trata de la misma palabra (como el vocablo ‘estudiante’). Todos ellos acreditaron la primaria, la secundaria y la preparatoria, donde se estudian esos temas. No obstante, el porcentaje de quienes son capaces de clasificar gramaticalmente una voz es dramático. ¿Y por qué no lo saben hacer? Porque le es innecesario. No lo requieren para operar adecuadamente en sus procesos comunicativos.

El nivel cultural o académico de una sociedad bien podría tomar como variable el conocimiento del propio idioma. Hay naciones que se ufanan en dominar de forma impecable su propia lengua. No obstante, no es la generalidad en el español.

¿Qué falta en nuestros sistemas educativos para sentir apego por el idioma? A mi juicio enseñar el idioma de forma lógica, como instrumento o herramienta para entender y reflexionar sobre la realidad en la toma de decisiones. Debemos olvidar el gramaticalismo (la enseñanza obsesiva por conocer la clasificación gramatical) para caer en la lógica del instrumento. Es decir, enseñar desde la lógica del razonamiento el idioma, no mediante los esquemas taxonómicos del lenguaje.

sorianovalencia@hotmail.com

 

Deja un comentario

WP Twitter Auto Publish Powered By : XYZScripts.com