Etnografía de un mitin

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Columna Diario de Campo

Luis Miguel Rionda (*)

El viernes primero pasado asistí al arranque de campaña de la coalición Fuerza y Corazón por México, con sus candidatas Xóchitl Gálvez, a la presidencia del país, y Libia García Muñoz-Ledo, a la gubernatura del estado de Guanajuato. Esto en el estadio de futbol de Irapuato. Hacía mucho tiempo que no acudía a una concentración electoral. La última ocasión en que me apersoné en un evento de este tipo fue en abril de 1994, cuando Ernesto Zedillo comenzó su campaña presidencial en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas. Buscaba entonces realizar observación participante de corte antropológico para alimentar mi tesis de doctorado, que elaboraba en esos años.

Ahora concurrí al mitin de Xóchitl y Libia motivado por mi compromiso personal con la defensa de las instituciones democráticas y el orden republicano y federal que los mexicanos hemos consolidado desde aquellos lejanos años noventa. Estoy convencido, por mi experiencia y formación, de que la democracia mexicana se encuentra hoy bajo asedio por un movimiento político retardatario que le ha comprado a un líder mesiánico su agenda anclada en los valores del nacionalismo revolucionario de los años setenta. Un retorno al centralismo autoritario del régimen de partido único, y su presidencia imperial.

El mitin de Irapuato rebasó las expectativas de los convocantes, con más de 30 mil asistentes. Desgraciadamente los partidos políticos siguen aplicando la desgastada fórmula del acarreo de “simpatizantes” provenientes de comunidades rurales y colonias populares de toda la entidad. Ese tipo de movilización es engañosa y cosmética. No son seguidores leales e informados, sino parte de las clientelas partidistas, que son movilizadas con el atractivo de recibir alguna prebenda, obsequio o incluso dinero.

Yo asistí como parte de la #FuerzaRosa. Calculo que entre nosotros y los #Xochilovers sumamos unos quinientos, y se nos ubicó en la cancha, cerca de la plataforma. Fuimos de manera voluntaria y por nuestro propio pie; algunos en autobuses alquilados en los que se cobró pasaje, o en vehículos particulares. Como en las marchas de la #MareaRosa, nos autoconvocamos. Sin duda, la clase media se hizo presente para acompañar con entusiasmo a los candidatos de la coalición.

Pero el resto de los asistentes evidenciaba su desinterés por la esencia política del evento. Para entretener a la multitud se contrató a animadores y a botargas varias, para dar paso a lo que fue el numen del jolgorio: la banda “La Cumbre con K”, grupo “norteño sax” (sic) proveniente de León. Calculo que el público estaba conformado por un 90% de mujeres y niños. Era llamativo que las chavas y chavos acudieron ataviados y acicalados como para el bailongo del rancho, que en efecto en eso se convirtió durante más de una hora y media.

El huateque prendió y la gente gozó con los movimientos cadenciosos de los cumbreros, embutidos en trajes blancos con oropeles plateados. La música montó por arriba de los 90 decibeles (me lo advirtió mi reloj inteligente) para provocar el éxtasis de los fans, que se abalanzaban sobre la tarima para pedir autógrafos. En pleno culmen, el animador anunció el fin del concierto y el arribo de las candidatas (con 40 minutos de retraso). Los bailadores exigían que la banda continuara, y no faltaron abucheos. Ahí comenzó el éxodo lento pero constante de los acarreados que, cargados de propaganda utilitaria, se encaminaron a sus autobuses, con su inevitable huella de basura.

Los mensajes de los candidatos Miguel Márquez, Libia y Xóchitl parecieron más dirigidos a los medios de comunicación que a los cansados asistentes, fastidiados de esperar. Los animadores tuvieron dificultades para provocar las porras, y con frecuencia los coros cambiaron los nombres de los aludidos: “chóchil”, “sóchi”, “lidia”… Escuché a las señoras preguntándose mutuamente sobre quién era quién, y cuál era “la presidenta”.

Esta desinformación también es padecida en el campo contrario. Ya me imagino el clima de ignorancia entre los acarreados “morenistas” al Zócalo ese mismo día; ahí sí con cuotas para llenar la plaza y competir con la marcha ciudadana del 18 de febrero. La anti política del clientelismo electoral.

Ojalá que un día evolucionemos hacia la política de ciudadanía plena, y que abandonemos la grandilocuencia vacía de los mítines de masas. Apuesto por una democracia con calidad, basada en el debate informado y respetuoso. Al final, el voto es individual, íntimo y secreto; no debe ser mercancía a la venta o sujeta al chantaje del poder. Ese es mi deseo.

(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León.

 

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