Escribir con introspección

La semana anterior se dio a conocer que este año el premio Nobel de literatura fue otorgado a la escritora coreana Han Kang. Antes de conocerse del fallo, escribí que «El autor, en el esfuerzo de selección del vocablo adecuado, profundiza en su pensamiento y sentimiento, comprende mejor su tema y experimenta con mayor intensidad su esencia». Y entre los argumentos señalados para entregar el galardón a la señorita Kang es que en su literatura «logra retratar la conexión entre cuerpo y alma» y ella misma sostiene que al escribir «No busco respuestas. Simplemente lo que quiero es hacerme preguntas».

Hacerse preguntas, cuestionar los conocimientos, incluso desde sus mismas bases, es parte del método científico. Indagar por qué o para qué ha movido el pensamiento filosófico de todos los tiempos. Así inició Descartes.

Escribir desde la perspectiva literaria es un ejercicio profundamente terapéutico. No solo se conoce mejor el autor a sí mismo, sino que también reconoce los ejes sobre los que se cimenta la humanidad —amor, odio; alegría, tristeza; ira, compasión; envidia, piedad; deseos, frustraciones; perspectivas, atavismos— porque es indudable que todos estamos conectados por una misma historia evolutiva registrada en nuestro ADN. Todos sentimos igual.

¿Por qué Dostoyevski es tan universal como Shakespeare? ¿Por qué el Quijote es tan apreciado en el Japón como la obra de Haruki Murakami en occidente? Autores disímbolos, de culturas y épocas tan distantes tienen algo en común: conocen las entrañas del ser humano, han visto —a través de su propia reflexión, expresada de forma literaria— al ser humano en sus aspectos más básicos. Describen, analizan, reflexionan, presuponen y asignan responsabilidades a sus personajes con las mismas envidias, solidaridad; egoísmos, altruismos; pasiones y desintereses de cada ser humano del planeta.

Los temores de Poe también se viven en China o Australia; los sueños de Exupéry son los que tienen niños y adultos de la Patagonia; las angustias de una educación injusta y asfixiante que denuncia Lewis también generan inquietud en Finlandia y Puerto Rico. Todo es el mismo ser humano, independiente de país, época, tradición o comida. El ser humano solo tiene color de piel, forma de ojos y cabellos diferentes. Un empacado diferente para el mismo ADN.

La clase de griego de Han Kang –su obra más conocida en occidente– es una novela donde se reflexiona sobre la búsqueda de las raíces lingüísticas que se encuentran en el ser humano mismo. Haber olvidado las palabras, los más antiguos vocablos, impiden que surjan las voces necesarias para desfogar la presión del alma actual. La protagonista, entonces, va tras de ellas para lograr enfrentar una vida agobiante.

Con esta obra, la señorita Kang conduce al lector a enfrentarse consigo mismo; porque es algo que ella misma superó [«Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que (…) lo que se escribe»: Marguerite Duras].

La evolución moldeó nuestro perfil y las migraciones (climas, alimentos) forjaron nuestra apariencia. En el fondo, todos los seres humanos somos iguales y la literatura nos retrata a través de diferentes plumas.

sorianovalencia@hotmail.com

 

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