Día de las flores

Día de las flores en Guanajuato capital.
Columna Diario de Campo
Luis Miguel Rionda (*)
El día más hermoso para estar en o visitar la ciudad de Guanajuato es hoy, viernes de Dolores. El llamado “día de las flores” por la abundancia de comerciantes callejeros que instalan docenas y docenas de puestos pletóricos de alhelíes, crisantemos, claveles, gladiolas, flor de nube, rosas y demás hermosuras. Miles de personas se atiborran en el centro de la ciudad; los suertudos dan la vuelta al Jardín Unión; el resto se desparrama por calles y plazas, comprando, comiendo, tomando bebidas refrescantes, comprando flores y los hombres obsequiándolas a sus parejas o pretensas. Es el caos de la alegría, de los colores y de la música tradicional de la centenaria Banda del Estado.
Pero mucho ha cambiado. Las señoras de antes se ataviaban con vestidos floreados, reboso y coquetos huarachitos. Los caballeros de antes, de esos que ya no hay, se ataviaban con elegantes trajes de charro o al menos con camisa de manta con tarugos, corbatín, pantalón ceñido con faja, y botines lustrosos. Los útiles sombreros han desaparecido desde hace medio siglo.
Los muchachos y los estudiantes, como yo un día lo fui, nos lanzábamos la noche anterior a alguno de los bailes de las flores, donde comenzaba la labor de galanteo (ahora le dirían acoso). A las cinco de la mañana emigrábamos en masa al Jardín Unión y manteníamos los requiebros, armados con flores. Si a la tercera vuelta la chica objetivo te aceptaba otra flor, era mensaje de aceptación para acompañarla en su paseo. Siempre correctos. No se acostumbraban los detestables huevos de harina o de confeti. Esa atrocidad se impuso allá por los noventa, desvirtuando la fiesta.
Por supuesto el motivo de fondo siempre ha sido religioso: la veneración a la virgen minera de los Dolores. Se montan alrededor de su retrato, con el corazón atravesado por siete puñales de dolor, hermosos y coloridos altares con una intrincada composición cargada de simbolismos. Los retablos se acompañan con la oferta de comida, tortas de camarón, agua de betabel o ambrosía, nieve de agua, e incluso mezcal y cerveza. Es un gusto hacer el recorrido por las siete capillas, los altares particulares, de gremios, mineros e instituciones.
La fe religiosa se ha diluido y sincretizado, pero no ha desaparecido. Las familias preservan sus valores tradicionales hasta donde les es posible, porque la cultura de masas de los medios de comunicación, ahora reforzados por las redes virtuales, han impuesto un creciente materialismo enajenante. Las artesanías que se expenden en este día reflejan esta decadencia lamentable.
Pero el espíritu profundo de la celebración se preserva en lo esencial, gracias al compromiso de muchas familias y gremios, que siguen tenaces montando altares y educando a sus hijos en los valores identitarios, que refuerzan en sentido de pertenencia y el tejido social.
Felicito a mi querido amigo Joaquín Arias Espinoza, a mi prima “Lucha” Pons Liceaga, y al cronista Manuel Leal (en forma póstuma) por su designación como guanajuateños distinguidos por parte del Ayuntamiento. Muy merecido…
(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda