Hace muchos años, el filósofo francés Jean Paul Sartre sostuvo que una persona es el resultado de los hechos que le rodearon, lo que hicieron de él sus padres, familiares, maestros y compañeros. Años más tarde, el escritor mexicano Sergio Pitol declaró que él es todos los libros leídos, todas las pinturas contempladas, toda la música escuchada y las calles recorridas.

Para el francés, el ambiente moldea a la persona; para el mexicano, podemos construirnos por voluntad al exponernos al arte. Para Sartre, nuestra personalidad depende de otros, para Pitol, se haya en nuestra voluntad.

A mi juicio, las experiencias referidas por Sartre sin el matiz bajo lo que propone Pitol, nunca dejarán una huella que valga la pena. Sin un contexto, la experiencia solo arroja una vida intrascendente. Sin una referencia hacia un contexto, la experiencia es fallida porque carece de sentido.

Cierto que no somos responsables del lugar y ambiente donde nacimos y este influirá en nuestra formación. Por ello, es imperativa la voluntad propia para buscar la experiencia de otras personas que nos dejen su cosmovisión. Y esta también la hallamos en la producción artística: libros, pinturas, partituras, esculturas, fotografía, cine e, incluso, arquitectura; todo el arte.

Para ello, es suficiente con valorar el peso del arte sacro en los seres humanos de todos los tiempos. Primero, los textos sagrados son eso, textos; palabra escrita. Independiente de su carácter espiritual, son documentos expresados en signos para lectura. De ahí se han derivado obras en pintura, vitrales, arquitectura o sonidos, que su intención es sobrecoger ánimos. Las obras, entonces, han provocado reflexiones; han hecho que los sucesos cotidianos cobren sentido trascendente para moldear pasiones, ya sea al serenarlas o arrebatarlas. Es reconocido por todos que la música eleva los espíritus. Quienes la disfrutamos, reconocemos sensaciones que rebasan lo terrenal. La música impacta nuestro ánimo.

Cada autor –de texto, plástica o música– puede ayudarnos a moldear caídas o darle nueva perspectiva a cada uno de nuestros pasos. Los errores cobran mejor sentido a la luz del arte. Los tropiezos sin una fuente referencial jamás se transforman en experiencia sólida, en madurez conocida como prudencia. Un tropiezo sin sentido profundo deja huella en la piel pero no en el alma. Un alma preparada entiende la caída, la herida y sus consecuencias.

Los pasos necesitan de mentores, directos e indirectos. Hay muchas personas que pueden serlo. Familiares, amigos o maestros capaces de jugar ese papel. Pero cada uno de ellos estará limitado por la visión que otros le hayan dejado a su existencia.

En tanto, el arte es el resultado de la suma de muchos, muchos caminos. Cada obra contiene la carga de cientos de artistas que atrás influyeron en un autor. Entonces, cada obra es la magistralidad enriquecida de cientos.

Sin una vida intensa, el camino de una persona se borra rápido. Por el contrario, una existencia llena de matices deja una gran avenida por la que muchos podemos transitar, es decir, recuperamos la experiencia de quienes nos precedieron. El arte también forma.

sorianovalencia@hotmail.com

 

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