Calaveritas mexicanas
“En los formatos actuales, suelen ir publicadas y decoradas con imágenes caricaturescas de la persona, temática, o asunto al que se le dedican los versos”.
Francisco Ortiz Pinchetti
A la memoria de mi hermano Humberto José.
Entre las ocurrencias jocosas que rodean a la celebración del Día de Muertos en México, las calaveritas literarias son una de las costumbres con mayor tradición e ingenio, en la que el humor es factor indispensable.
Cultura UNAM, publicación de la Casa Universitaria del Libro (Casul), nos ilustra sobre el origen de esta práctica popular, que lamentablemente se ha ido perdiendo a lo largo de los años y actualmente sobrevive sólo en las páginas de unos pocos periódicos, entre ellos El Universal y, Reforma, que cada año se ocupan de publicar una serie de versos ilustrados alusivos a figuras púbicas, sobre todo funcionarios y políticos.
Según el medio informativo universitario, uno de los antecedentes más reconocidos de la naturaleza de la calaverita se halla en uno de los textos muy polémicos de la época novohispana: La portentosa vida de la muerte (1792). De la autoría del franciscano Fray Joaquín Bolaños, se trata de un texto considerado como vital para entender “la estética de la muerte novohispana”, según Enrique Flores, un académico especializado en literatura colonial y en la etnopoética, que fue fuertemente censurado en su tiempo por personajes como José Antonio Alzate, gran crítico también de la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi, ‘El Periquillo Sarniento’.
“Plagada de sátira, originalidad y mucha muerte, la calavera o calaverita literaria es una de las tradiciones literarias más importantes de nuestro México”, pone la Casul. “También conocidas como “panteones”, las calaveras literarias están conformadas por una serie de versos rítmicos o epigramas (composiciones poéticas breves que expresan pensamientos satíricos o ingeniosos)…”
Sin embargo, agrega el texto, lo que las hace destacar es que tienen como motivo principal la muerte, vista desde la sátira, la picardía y la ironía. A su vez en los formatos actuales, suelen ir publicadas y decoradas con imágenes caricaturescas de la persona, temática, o asunto al que se le dedican los versos.
Fue hasta mediados del siglo XIX que la calaverita literaria, como la conocemos, tendría sus primeras apariciones, pues la censura de la época colonial prohibiría este tipo de publicaciones y versos en gacetas y medios impresos. Una de las publicaciones más antiguas y conservada en hemerotecas, data de 1849 de un periódico crítico de nombre “El Socialista”, editado en Guadalajara, Jalisco, por José Indelicato.
La propia Casul nos regala una suerte de instructivo para escribir calaveritas:
Escoge un tema, una persona, incluso una situación que capte nuestro interés. Observa con detenimiento los rasgos, las exageraciones posibles sobre el tema, empaparse de todo lo que implica dicha persona o situación nos ayuda a despertar los sentidos. ¡Entre más ridículo, mejor, así que anótalo!
Lleva todo a la ultratumba, al más allá: Juega con las situaciones, con los rasgos, que sea pícaro, satírico, tal vez burlón (sólo no te pases, por favor). Evoca todo esto a través de una rima, o de versos de similar tamaño, con un ritmo constante. Piensa siempre en cómo quieres que se sienta tu lector o la persona a quien dedicas tu calaverita y, sobretodo… ¡Entre más creativa, mejor!
Como recordarás, en tanto el origen de la calavera se relaciona con el epitafio, hay que hablar del vivo como si estuviera muerto, así como muchas veces puede ayudar el apoyarse en una situación del encuentro de una persona con La Catrina o La Flaca.
Finalmente queda escribir y borrar, enterrar viva la rima y decorar su ofrenda con metáforas hasta que nuestra obra esté lista. ¿No es perfecta? No importa, finalmente y como nos recuerda el escritor Adán Cabral Sanguino: “Lo importante es reírnos un poco de ciertos políticos funestos que han hecho de México un cadáver económico y social”.
Debo confesar que no sólo tengo una insana predilección por las calaveritas satíricas acerca de figuras políticas, sino que intentó incluso pergeñarlas, abusando de la tolerancia infinita de mis tres asiduos lectores. Cada año, desde hace 21, publico una serie de versos alusivos en las páginas de nuestra revista mensual, hoy digital, Libre en el Sur.
En esta ocasión, permítaseme la osadía de incluir en este espacio, a manera de simple muestra, tres rimas de Día de Muertos, en recuerdo de mi entrañable hermano Humberto Ortiz Pinchetti, fallecido el pasado martes 29 de octubre.
Claudia Sheinbaum
Pobre Claudia tan gentil
que por no contradecir
a su jefe el del atril
perdió la vida… al mentir.
La Muerte ya la seguía
desde que la vio ganar
Y cuando ya oscurecía
¡al panteón la hizo llegar!
La 4T
Engreída como estaba por su triunfo contundente
en demócrata elección, sin mancha ni impugnación,
la llamada Cuatro Te mediante falsa gestión
se agandalló mayoría sin que fuera consecuente.
Ya con tamaño poder quiso a todos aplastar
y acabó con malas mañas con el Poder Judicial.
Más la Parca tan ladina se presentó muy cordial
y en el momento preciso… ¡no la dejó ni gritar!
Vicente Fox
A Vicente, buen jinete, le gustaba cabalgar
por rumbos de San Francisco en su rancho familiar.
Pero no se imaginó que enseguida de un aguaje
escondida en un mezquite la Catrina se hizo guaje.
A Martita gritó Fox cuando miró la guadaña
esperando que pudiera ella encontrar una maña.
Desbocando a su corcel, nunca supo para qué,
cuando ya se vio atrapado… sólo dijo “¿y yo por qué?”
Ustedes perdonarán, yo ya tengo que marcharme/ y de recuerdo les dejo mi despedida que es… ¡válgame!
@fopinchett
Francisco Ortiz Pinchetti
https://www.sinembargo.mx/author/franciscoortiz
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).