Escribir: autores y lectores

Escribir es un arte con dos efectos. Como arte, conmueve al lector… pero también afecta al autor. Es decir, ninguno de ambos es el mismo después de un texto. Leer y escribir es un acto de consecuencias dialécticas, autor y destinatario se transforman.

Escribir rebasa el simple proceso de trasladar a signos los sonidos que conforman las palabras. La selección de vocablos, el orden de exposición y el contenido –todos juntos– deben incidir positivamente en el ánimo del lector. El conjunto debe guardar un perfecto equilibrio. Hermosas palabras sin lógica, ni contenido sustancioso es un texto inútil; ideas lógicas sin las palabras adecuadas y un sustrato jugoso, es un absoluto aburrimiento; lo más relevante mal expresado y con vocablos imprecisos hacen inútil al documento.

El autor, en el esfuerzo de selección el vocablo adecuado, profundiza en su pensamiento y sentimiento, comprende mejor su tema y experimenta con mayor intensidad su esencia. Si eso logra expresarlo, excelente. Entonces, si recurre a una adecuada exposición, con equilibrio, dosificación y de forma lógica (aunque en una trama haya variables de tiempo o un poema juegue con la intemporalidad), consigue llevar de la mano a su lector a una sensación novedosa. También lo vivirá.

Leer se define como «una sensación de goce o satisfacción que experimentamos al hacer o percibir [en el texto] cosas que nos agradan…  Como tal, es un sentimiento positivo que se puede experimentar a nivel físico, mental o espiritual, y que está asociado a la felicidad, el bienestar o la satisfacción», asegura Francisca Josefina Peña González de la Universidad de los Andes, Venezuela. Aunque, como diría Borges sobre la felicidad que ofrece la lectura, «nadie está obligado a ser feliz».

Y ese ánimo afectado, lo modifica. Lo nutre de una experiencia que antes le fue ajena. Ha vivido otras vidas, otros ambientes, nuevas sociedades o amores inexistentes («… y como a Dios, sin verte te adoré», dice el poeta poblano Manuel María Flores).

En este sentido, Truman Capote (novelista, guionista, dramaturgo y actor ocasional estadounidense) sostenía: «Para mí, el mayor placer de la escritura no es el tema que se trate, sino la música que hacen las palabras». En efecto. Sin embargo, aunque este aspecto es más evidente en la poesía, la prosa con las tres cualidades arriba descritas, pueden presentar una armonía sublime.

Decía Marguerite Duras (seudónimo de Marguerite Germaine Marie Donnadieu, novelista, guionista y directora de cine francesa) «Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe».

Así, si el autor enfrenta sus propios miedos, aspiraciones o deseos sublimes –incluso, todos ellos–, no solo se torna más fuerte, sino también ha modificado sus anteriores límites.

«Escribir es tratar de entender, y tratar de reproducir lo irreproducible, es sentir hasta el fondo el sentimiento que de otro modo permanecería vago o sofocador. Escribir es también bendecir una vida que no fue bendecida», reflexiona Clarice Lispector, periodista y escritora de novelas, cuentos y poemas ucraniana-brasileña.

Con cualquier texto, escritor y lector ganan.

sorianovalencia@hotmail.com

 

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