Ceder o no ceder, he ahí el dilema. El debate de conservar o evolucionar los idiomas; mezclarlos o mantenerlos puros; homologarlo o dejar el libre albedrío regional; abandonar a su suerte las lenguas no mayoritarias o rescatarlas…

Don Miguel de Unamuno dijo en algún momento: «Nuestra patria común es la lengua». Y, en efecto, no solo es el elemento que nos facilita el encuentro, sino que también nos cohesiona porque propicia la coincidencia en una perspectiva genérica. Fortalecer al imperio con una lengua común fue el argumento para convencer a la reina Isabel de Castilla para que en 1492 financiara la Gramática de Nebrija.

Sin embargo, así como el latín evolucionó regionalmente para dar lo que hoy se llaman las lenguas romances, al español o castellano moderno le está medio sucediendo lo mismo.

Y califico de medio porque, como aconteció al propio latín, las diferencias regionales han propiciado una gran diversidad de modalidades del español. Al menos las academias distinguen cinco regiones por las particularidades. Es decir, el español como idioma solo queda como concepto teórico recogido en la Gramática (libro teórico), pero en la práctica adquiere desapegos de uso unos frente a otros. Pero aún no está totalmente fragmentado.

La diferencia con el latín es que ese idioma no contaba con la inmediatez que en la actualidad ofrecen los sistemas tecnológicos. Ello facilita la labor de difusión de recomendar y orientar masivamente aplicación y conceptualización de vocablos. Pero esto último depende única y exclusivamente del ciudadano. Y la realidad es que el común no tiene muy en cuenta a las Academias y su normativa porque su supervivencia le exige una atención mayor. A la persona común le es suficiente con que en su entorno se resuelva su cotidianidad y le importa poco si usó bien o mal determinada voz o si aparece o no en el Diccionario. Incluso, le tiene sin cuidado si su variedad de vocablos es pobre.

A ello se suma la influencia de otros idiomas que regularmente sustituyen a vocablos nativos (ya solo en las series de los años 60 se escucha emparedado en vez de sándwich, voz común en casi todos los países de habla hispana). Los que estamos revestidos de un aire purista, intentamos contener esa avalancha; pero como lo demuestra la historia, terminaremos rebasados.

Y si la lengua cotidiana sirve para la integración social, las lenguas nativas o regionales se enfrentan a un grave problema de supervivencia. Por culpa de ello, la mayoría de las lenguas vernáculas están en peligro de extinción en América. Que se pierdan lenguas, no solo representa un deterioro en la cultura universal, sino que la lengua da perspectiva de visión del entorno y perderlas es dejar de contar con visiones que enriquecerían la comprensión de nuestro entorno.

El opuesto se observa en las lenguas locales españolas. La lucha es tan férrea (particularmente, vascos y catalanes), que termina por ser un factor (hay varios) que incide contra la unidad nacional. O sea, se vuelve un factor de desunión.

He aquí el dilema.

sorianovalencia@hotmail.com

 

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