Lo políticamente conveniente
Eufemismo es el término gramatical aplicable a no mencionar directamente un vocablo que pudiera ser molesto, incómodo, inconveniente o francamente ofensivo. Esta práctica actualmente está llegando a niveles nunca antes registrados por una actitud generalizada que se reconoce como lo políticamente conveniente. No obstante, su práctica llega en algunos casos a lo francamente ridículo. Por ejemplo, todo lo relacionado con el sexo a la sociedad incomoda de forma pública. Por esa razón, antiguamente en vez de llamar al órgano sexual masculino directamente pene, que es su nombre, se prefería nombrarle pajarito o pipí. Los términos, además de imprecisos y absurdos, lo único que logran es incrementar el interés por su evidente intento de ocultar la realidad. En el fondo no solventa o resuelve lo que pretende combatir. Nombrar nuestro derredor de forma indirecta –según la conseja popular– evita que lastimemos a alguien, pero al llamar algo de forma distinta, lo singularizamos y desvirtuamos. Y esto último, se debe reflexionar.
México es un país con un alto sentido de la discriminación. El tono de la piel es uno de esos factores determinantes para el prejuicio y el trato. El diminutivo en otros tiempos se usó para no incomodar: prietito, indito, morenito, etc. Pero el concepto, siempre fue a mayor oscuridad, menos deferencia, confianza u oportunidades merece una persona porque es de menor clase social. Para ello, es suficiente con observar a los conductores de televisión. En las telenovelas, los güeros nunca son jardineros o sirvientes. De ahí que para quedar bien, hoy día todos los eventuales compradores en un mercado sean llamados güerita o güerito (¡a mí me han llamado joven y güero y no poseo ninguna de esas cualidades!).
La práctica del eufemismo no tendría mayor trascendencia de no ser porque trastoca la realidad. Es decir, no llamar algo o alguien por el nombre que le corresponde hace que resulte incómodo el correspondiente. Muchas personas cuando se les llama por su nombre verdadero lo asocian con incomodidad o molestia porque solo así los trataban cuando no se comportaban correctamente.
Lo mismo sucede con los órganos sexuales. Escuchar pene o vagina a muchas personas los altera porque son vocablos que aprendieron hasta edad avanzada y oírlos les parece tan brusco o insolente que se inquietan.
Para magnificar lo riesgoso que resulta esto, comparemos lo que sucede con los organismos que se les impide exponerse a su entorno. En condiciones de sobreprotección no crea mecanismos de defensa contra su medio. Por ejemplo, si a un niño se le impide valorar los riesgos de su ambiente porque se le evita caer, la zona prefrontal del cerebro nunca desarrolla el concepto de riesgo. Por tanto, no aprende a valorarlo y cuando crece queda más expuesto a sufrir graves daños. Y si nunca cayó, se volverá tan temeroso que será incapaz de enfrentar como adulto los riesgos.
Es decir, la sociedad a partir de la cultura del eufemismo o de lo políticamente conveniente está creando grupos más vulnerables en su intento de proteger.