Vistas de Guanajuato en 1764 por el fraile capuchino Francisco de Ajofrín 3
GUANAJUATO HACE 260 AÑOS
José Eduardo Vidaurri Aréchiga
Cronista municipal de Guanajuato
Esta es la tercera parte de la crónica sobre el viaje que, en 1764, hizo fray Francisco de Ajofrín, un capuchino aventurero que nos legó un testimonio sobre Guanajuato. 260 años después, la visión de Ajofrín nos permite imaginar cómo era la vida en el próspero distrito minero. Hemos presentado sus impresiones sobre Marfil y Guanajuato, sobre la forma en que estaban estructuradas las autoridades eclesiásticas, políticas y militares, nos dejó valiosa información sobre los edificios de la ciudad y el abasto para alimentar a la población entre otras cosas, de verdad, interesantes.
En esta tercera y última entrega recuperamos, de su diario de viaje, las descripciones que hizo sobre algunas minas y los caminos que conducían a ellas, lo relativo al carácter y genio de los mineros, una muy interesante relación de términos que se usaban en esa época en la minería también reflexiona sobre la minería en general y cierra su crónica con algunos datos relevantes y aportando el nombre del Alcalde de Guanajuato en esa época, entre julio y septiembre de 1764.
Sigamos la lectura de la crónica de Ajofrín en Guanajuato y, en esta ocasión, lo haremos con la descripción del cerro de la Bufa, donde hace referencia a un dicho popular de la época que ha quedado en desuso, también resulta emocionante leer que ya desde aquella época se decía que nuestra magnífica montaña estaba, de alguna manera, encantada.
Cierra este apartado con una descripción del trazo subterráneo de las minas que, de no saber que se trata de una crónica de hace 260 años y que se refiere a las profundidades del subsuelo guanajuatense, podríamos pensar que describe la conformación exterior de nuestra ciudad.
“A la banda del Sur de la ciudad hay un elevadísimo cerro que llaman de la Bufa, bien conocido en toda la provincia por su eminencia (y delinearé en su lugar), como también por haber quedado en proverbio, para despedir a otro con aire, decir: ¡Vete al cerro de la Bufa¡, Hay en este cerro varias bocas de minas antiguas que miran a Guanajuato, y dicen que están encantadas, porque al cavarlas encuentran piedras de mucha ley de plata, y sacándolas de la mina se vuelven tepetate, que es piedra inútil y de ninguna ley. Cerca de este altísimo cerro hay otros menores donde se trabajan algunas minas, en particular tiene fama el que llaman de Mari-Sánchez, por el mucho oro que ha rendido y aún rinde en el día. No es de piedra este cerro como los demás, sino de tierra algo fuerte, que en la Europa se llama arcilla; sus minas no son profundas, pues a las dos o tres varas se acaban las vetas. Al contrario de otras minas, en que, además de la profundidad, hay tantos callejones, plazuelas y calles, unas derechas otras torcidas; unas anchas, otras angostas; unas altas y otras bajas, según lo ancho de las vetas y el diverso giro que toman, que con razón se comparan a una ciudad subterránea.”
Describió Ajofrín, lacónicamente, el proceso de beneficio de los metales:
“En este Real de Minas es poco el metal que se saca por fuego; todo, o casi todo, se beneficia con el azogue. Diré con brevedad el modo: Se muele como ceniza la piedra, se hacen montones, se mezcla colpa chaparrosa (Un sulfato ferroso) a proporción, se echa también sal y aun cal viva, se rocía con agua, y hecho todo un barro muy legamoso, se revuelve todo en varias ocasiones. Después se mezcla el azogue y va con su virtud magnética atrayendo así la plata. Después de otros beneficios se echa en los crisoles, y sale plata copeya, separándose del azogue. Hay montones que se rinden a los veinte días, otros a los veinticinco, según la calidad de los metales e ingredientes”
Ajofrín levantó un “mapa” de la ciudad de Guanajuato, mismo que resulta interesante por la forma en que visualizó la conformación de algunos espacios, el cauce del río y muchos de los puentes que por esa época debieron ser aún de gualdras de madera y mismos que fueron siendo sustituidos por los robustos puentes de cal y canto que aún podemos apreciar a lo largo del río, actual calle subterránea en nuestra ciudad.
Uno de los apartados más notables de la crónica de Francisco de Ajofrín trata del carácter y genio de los mineros, lo refiere a través de una historia que pareciera producto de la imaginación, pero en mucho describe en efecto esa manera de ver y apreciar el sentido de la vida corta de los mineros, darlo todo al gozo cuando esto es posible, disfrutar de la breve estancia en el mundo terrenal y luego perderlo todo sin importar, aparentemente nada. Vayamos a su diario.
“El carácter y genio de los mineros es raro, y sólo quien haya visto los reales podrá creerlo. Si las minas están en bonanza, así los mineros como los operarios, juegan, gastan y expenden cuanto tienen sin término no modo; no hay barretero ni pepenador que no sea pródigo gastando en lujos, superfluidades y vicios cuantos tesoros sacan de las minas. Sucede que uno de estos infelices, habiendo trabajado la semana en una muy buena mina, se halla el sábado (que llaman día de raya) con trescientos pesos fuertes; luego empieza a dar al primero que encuentra, gastando en vanidades sin medida; compran tafetanes, cambray fino, encajes delicados, telas ricas, se visten como príncipes; se hallan el lunes sin un real, y para comer aquel día venden sus galas por cuatro reales y bajan desnudos a la mina. Y aún otros obran con más prodigalidad o brutalidad, pues bajan a trabajar a la mina vestidos de gala, y a la primera ocasión se quitan los vuelos o encajes, rompen la camisola y hacen tacos para los tiros o barrenos.”
“Es cosa risible ver a estos tiznados con unas caras como diablos, unas manazas negras y feas en extremo, vestidos de gala con calzón de terciopelo, casaca de tisú, franjones de oro, camisola rica de Holanda, etcétera, que les cae como se deja discurrir. Siempre pecan por manirrotos (despilfarradores), y cuanto tienen expenden entre conocidos y no conocidos, quedándose ellos desnudos y despilfarrados. Y a proporción de los operarios son regularmente los dueños de las minas.”
“Me hallé presente a una querella que se hizo a la justicia de Guanajuato, de donde se conocerá la estrafalaria conducta de esta gente. Quejóse un hombre que teniendo parte en una mina de oro que se había descubierto en el cerro que nombré antes, de Mari-Sánchez, no había podido interesarse en otra cosa que la comida, habiendo producido la tal mina para sus dueños, en menos de tres semanas, más de doce mil pesos, sin los que sacaban otros subrepticiamente por el descuido del dueño principal”
“Era este (según la relación de queja) un mulato desbaratado, y ebrio en tanto grado, que todo el día estaba privado, excepto un solo día que se le halló en su juicio; pero en medio de su vicio no le faltaba advertencia para dar disposiciones; traía siempre a su lado otro mulato de fuerzas que le servía como de mayordomo y le cargaba al hombro cuando le rendía la bebida, que no eran pocas veces. Todo su vestido eran unos calzones muy rotos, sin harapo de camisa, y un pedazo de manta o frazada con que se embozaba (que es todo el ajuar de los operarios); traía atada la bolsa del dinero con un cordel a la cintura, y regularmente andaba con un machete en la mano amenazando a todos.”
“A la fama de la mina se juntó gran chusma de léperos, zaragates y zaramullos, como sucede siempre que hay alguna bonanza, y aunque eran cerca de dos mil, para nadie faltaba que comer y beber, por la gran bizarría del mulato, que no me acuerdo como se llamaba. Cuanto iban a vender a la mina, todo lo compraba, sin reparar mucho en el precio; y si faltaba algo, daba providencia para que lo buscasen; de suerte que había con abundancia pan, vino, pulque, carne, frutas y tortillas de maíz, con tal disposición que sólo para hacer tortillas tenía asalariadas diez mujeres. Pagaba también ocho músicos, que con otros que se juntaban estaban tocando violines, flautas y vihuelas todo el día, y si hacían alguna pausa, decía: Toquen; para eso los mantengo.”
“No había más casa, mesa ni asiento que el campo raso; a la hora de comer tendía cada uno su capa o frazada en el suelo y allí se servía la comida, y para que todos gozasen de la música, disponía que estuviese dividida en tres coros. Si había alguna disputa, como es regular entre semejante familia, tomaba el montante y decía: Comed, bebed y callad, que aquí yo sólo mando:”
“Regularmente no podían levantarse de la mesa, siendo ya ceremonia estar todos ebrios por la tarde, y algunos tan furiosos, que era necesario atarlos a algún árbol para que no fuesen rodando abajo; conque pasaban la noche al sereno; aunque con buen colchón de vino. Cuando iba o le llevaban a Guanajuato (donde tenía mujer e hijos, desnudos y muertos de hambre) traía consigo tres o cuatro hombres con botellas de vino y aguardiente para beber y dar de beber a otros.”
“Duró esta mina como cinco semanas, y no obstante el mal gobierno, rindió a sus dueños, que eran tres, la cantidad de cuarenta mil pesos fuertes, sin contar lo que sacaban otros; pero acabada la mina, se quedaron todos sin un real, desnudos y tan pobres como si no hubiera habido tal mina.”
“Estos y otros lances son tan frecuentes en la minería, que por comunes se desprecian. Mantienen estos hombres a todo el mundo con los tesoros de las minas; ¡y que pasando estas riquezas por sus manos se han de quedar ellos, a impulsos de una mala conducta, en la mayor miseria¡ Ya no me admira lo que leí en un autor (Greg. Ricter, Axiomata económica, axiomate 36) del antiguo Pythias, famosísimo minero: sustentó este todo el ejército de Jerjes, que constaba de un millón de hombres, y él vino a morir de hambre”.
“Hay en la minería muchos términos propios de la facultad, como son:
Ademes, que significa cubierta con que se aseguran los tiros y pilares. Ademador: el que los hace.
Abras: abertura de los cerros por donde evaporan.
Aperos. Cuanto se necesita para trabajar las minas.
Apique: trabajar a pique es trabajar profundo hacia abajo en las vetas que llaman clavadas.
Atierres: las tierras que impiden trabajar.
Bancos: peñas fuertes que levantan y estrechan las vetas o las hacen tomar otro rumbo.
Barretero: el que trabaja con barra, pico o cuña.
Bonanza: cuando salen metales ricos.
Cañones: callejones subterráneos por donde se trabaja.
Cata: mina de poco fondo.
Cendrada: tierra fina o ceniza que se echan al fondo de los hornos.
Chiflón. Trabajar a chiflón es ir ganando a un tiempo longitud y profundidad.
Contraminas: comunicación de dos o más minas para limpiarlas.
Crestones: peñascos formados de metal crudo con figura de cresta de gallo.
Criadero: hueco o caja que se halla en las minas, donde está el metal suelto.
Desagüe: tiros o socavones para sacar el agua de las minas.
Despueble: desamparar la mina y no trabajar.
Emborrascarse: es perderse la veta u ocultarse con muchas guijas o piedras.
Ensayos: experiencias que se hacen para saber la ley del metal.
Frontón: labor que hacen los operarios de pie y enfrente.
Gallos: metales ricos con hebras y granos de oro o plata; también se llaman molonques.
Grasas: escorias que salen del metal puesto al fuego.
Jaboncillo: metal blancuzco y pegajoso que es anuncio de bonanza.
Lumbreras: comunicar dos labores de una mina para dar respiración y que ardan las luces.
Malacate: máquina movida por mulas o caballos para subir el agua o metal.
Mantos. Vetas de metal tendidas sobre la superficie en profundidad.
Metal de cebo o mogrollo: el que tiene mucha ley.
Panino: conocer el panino es tener experiencia de si es bueno o malo el metal: buen panino, mal panino.
Parcionero: compañero en minas.
Pepe: muchacho que ayuda a trabajar y alumbra a los barreteros.
Pepenar: escoger metal y separar lo bueno de lo malo.
Pilar: el que se deja a trechos en las minas para sostener el techo.
Pueble: trabajar la mina con el número de operarios y horas que previene la ley.
Quitapepena: el portero de la mina, que cuida también de los metales que sacan.
Rebotalleros: los que buscan en los terrenos el metal que queda.
Rescatadores. Los que compran el metal en las minas a sus dueños o el partido a los operarios.
Socavón: uno o muchos callejones subterráneos por las faldas de los montes para desaguar las minas.
Tenates: cestones de cuero para sacar los metales.
Tapextle: un tabladillo de madera para trabajar el cielo de las minas y para otros usos.
Tepetate: piedra que no tiene metal.
Tequio: porción de metal que debe entregar el barretero en las horas de pueble a favor del amo, y lo que saca de más se llama partido, porque se parte entre el amo y el barretero.
Terrero: lugar donde se arroja la tierra, piedra, tepetate y desmonte de las minas.
Tiro: pozo perpendicular de tres varas en cuadro para sacar el metal o para desaguar la mina, y se llama tiro recto para distinguirlo del tiro con arrastre, que tiene un recuesto por donde se arrastran los tenates y botas al salir.
Bochorno: excesivo calor que apaga las luces dentro de las minas por falta de ventilación y muchos efluvios que evaporan los trabajadores.
Vapor: es más que bochorno; es un viento sutil y pestilente que no sólo apaga las luces, sino que de repente quita la vida a todos los que encuentra, con más violencia que si fuera una bala. Proviene de la calidad del terreno, si es azufroso o sulfúreo, o dar en alguna concavidad sin ventilación, o abrir alguna mina ciega y aterrada donde el aire está corrupto; mueren muchos de este accidente.
Veta: vena de piedras metálicas que atraviesan los cerros; se llama manto cuando se extiende en la superficie; clavada, cuando va recta y derecha al centro; echada, cuando sale por los lados; oblicua, cuando atraviesa el monte; serpenteada, cuando culebra; socia, cuando se junta con otra; rama, cuando sale de la principal.
“Estas vetas no todas llevan un mismo rumbo, ni su largor y ancho es igual; unas se encuentran anchas y después se angostan, a poco vuelven a su antiguo ser; ya se ocultan, ya se dividen en ramos, ya desaparecen, ya resucitan. Unas veces caminan al Oriente, después tuercen al Norte, del Norte vuelven al Oriente, de aquí se van al Sur, del Sur toman al Poniente.”
“Ni su duración tiene consistencia: algunas se extienden a muchas leguas, otras acaban o se ocultan en su mismo origen. En esta América Septentrional se ha encontrado (Apud Rivadeneyra, Pasatiempo, t.2,f m.217) una veta o faja de plata que empieza desde Nicaragua y acaba más allá de Sonora, que no son menos que dos mil leguas. Este sabio escritor vive hoy, y le he tratado mucho en Méjico, donde es Oidor de su Real Audiencia. Lo que yo puedo asegurar es que la Sonora es la provincia más rica de todo el orbe, máxime en oro, que se encuentra sobre la tierra en pedazos de todos tamaños. El excelentísimo señor Marqués de Cruilles, Virrey de Méjico, me enseñó dos pedazos, el uno de catorce onzas, de oro líquido, sin mezcla alguna de tierra; el otro tendría como cuatro onzas, pero con algunas arenas entre el oro. Poco ha que se halló un pedazo de tres libras de oro puro y neto.”
“En el Reino del Perú, según el mismo Rivadeneyra (ibid), hay otra veta de plata que corre desde Tucumán hasta el Nuevo Reino, que son otras dos mil leguas. De las riquezas que han rendido y rinden las minas de estos reinos, véase al citado autor; a su contemporáneo don Francisco Javier de Gamboa; a Solorzano, Política Indiana; a Ustáriz y otros. Por ahora me contento con decir que sólo la Casa de Moneda de Méjico acuña anualmente de 12 a 13 millones de pesos fuertes.”
El fraile Ajofrín cierra su crónica sobre Guanajuato y comienza luego a introducir su experiencia en la población de San Juan de los Lagos, pero deja en ese último fragmento algo más de información.
“Saliendo ya de las minas, y volviendo a la ciudad, tiene esta Alcaldía agregados a su jurisdicción los pueblos de Irapuato, Marfil y Silao; este último pueblo dista de la capital 5 leguas de esta ciudad. Como a 15 leguas de esta ciudad se venera con innumerable concurso de gentes Nuestra Señora de los Lagos; tiene un templo magnífico y alhajado.
“En Guanajuato me recibió el señor coronel don Rodrigo José de los Ríos Enríquez, Alcalde provisional por su Majestad de la dicha ciudad y su jurisdicción. Minero de los primeros de este real; y se esmeró en caridad, devoción y afecto. Estuve en su casa con la mayor satisfacción y gusto desde el día 24 de julio hasta el 11 de septiembre. (1764)”
Ajofrín logró reunir, en los dos años y medio que estuvo en México, la cantidad de 12,316 pesos fuertes de limosnas para la misión del Tíbet, mismos que remitió con puntualidad a España, principal objetivo de su viaje. La buena reputación del fraile Ajofrín se incrementó con estos buenos resultados.
El virrey Joaquín Juan de Monserrat y Cruillas, el Marqués de Cruillas culminó su encomienda en 1766, y Ajofrín que había cultivado una buena amistad con él, fue invitado a emprender el viaje de vuelta con el virrey. El virrey acompañado de su familia y del padre Ajofrín salieron de la Ciudad de México el 19 de agosto de 1766 y residieron todos en Veracruz hasta que lograron embarcarse con rumbo a España el 30 de mayo de 1767.
El viaje fue, como el de venida, muy accidentado. Llegaron a Cádiz el 28 de agosto y luego el 13 de septiembre al Puerto de Santa María y, desde ahí, viajaron a Madrid a donde llegaron el 5 de octubre por la tarde.
El fraile tomó un tiempo para reponerse de la fatiga del viaje, expresó muchas veces en su diario “Vuélvome a mis trece que no quiero el mar para vivir en él, pues todo es amargura: mare ab amaritudine dicitur. Doy mil gracias a Dios de pisar tierra firme y vengan trabajos”. Luego, retomó su vida conventual y se dedicó a escribir con mucho éxito.
Fue nombrado, en 1768, cronista de la Provincia religiosa de Castilla. También fue Guardián o Superior del convento de San Antonio del Prado. Fray Francisco de Ajofrín murió el 16 de enero de 1789.
Su obra nos permite atisbar al Guanajuato de hace 260 años.