Vistas de Guanajuato en 1764 por el fraile capuchino Francisco de Ajofrín (1)
José Eduardo Vidaurri Aréchiga
Cronista municipal de Guanajuato
En la segunda mitad del siglo XVIII estuvieron en la ciudad de Guanajuato distinguidos viajeros que escribieron testimonios sobre nuestra ciudad y sus habitantes. Uno de ellos fue el fraile capuchino Francisco de Ajofrín que se ocupó de hacer una descripción del paisaje de estas tierras, del carácter y la conducta de la sociedad minera, estas líneas están dedicadas a describir algunas de las impresiones de ese viajero. Nos ocuparemos, en esta primera entrega, de algunos aspectos de la biografía y la percepción general de Ajofrín sobre paisaje guanajuatense.
En el mes de mayo de 1719 nació en Ajofrín, una pequeña villa de Castilla la Nueva localizada a unos pocos kilómetros de Toledo, el pequeño Bonifacio hijo de Bernardo Castellano y Aguirre y de Petronila Lara, siendo su nombre en el siglo, o en el mundo de la vida civil, Bonifacio Castellano de Lara. No se tiene más información sobre los estudios realizados hasta los 21 años que decidió ingresar a la orden capuchina.
Bonifacio tomó el hábito el 24 de noviembre de 1740 en el Convento Noviciado de Salamanca y a partir de entonces mudó su nombre por el de Francisco de Ajofrín. Su ordenación sacerdotal ocurrió el 18 de marzo de 1747.
Algunos años después, en 1753, fue designado Vicario o Vice superior del convento de Segovia, para 1754 recibió el nombramiento de profesor de filosofía en el convento de El Pardo en las cercanías de Madrid. En 1759 recibió el nombramiento de profesor de teología, labor que debió cumplir en el convento de Segovia.
Por esos años se sabía que la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe, dependiente de la Curia Romana y responsable del trabajo misionero, estaba en busca de algún religioso español, capuchino, que estuviese dispuesto viajar a México para recolectar las limosnas que se destinarían a la misión del Tíbet. La primera designación fue para el padre Pablo de Logroño que se desempeñaba como Vicario del Convento madrileño de La Paciencia de Cristo, la nominación de Logroño fue aceptada son complicaciones y se autorizó el viaje a América, pero el 9 de julio de 1793, se cambió el nombramiento y se designó al padre Francisco de Ajofrín para que cumpliera con esa encomienda.
El nombramiento fue ratificado por el Nuncio, o representante diplomático del Papa en España, don Lázaro Opicio Pallavicini, donde exponía que ante la muerte en México de un religioso capuchino que recolectaba las limosnas con destino a la misión del Tíbet, se concedía ese lugar a otro capuchino de la Provincia de Castilla, y considerando la piedad, prudencia y habilidad del padre Ajofrín se le encomendaba esa importante responsabilidad, se nombra también como su compañero de empresa a fray Fermín de Olite, hermano lego de la orden capuchina.
Ajofrín y su acompañante salieron de Madrid el 20 de julio de 1763, y desde ese día comenzó el registro de su viaje y la descripción de su derrotero. A pie salió por el camino de Extremadura a Alcorcón, Móstoles, Navalcarnero y así hasta llegar a Toledo, luego pasó a su pueblo natal, Ajofrín, siguió a Orgaz, Yébenes, la Mancha, Córdoba y Sevilla, siguieron a Sanlúcar de Barrameda, Puerto de Santa María y Cádiz para desde allí embarcarse el 8 de septiembre de ese 1763.
La travesía resultó una angustiosa experiencia para Ajofrín, las náuseas y mareos lo atormentaban, pero él no paró de elaborar dibujos y descripciones de cuanto veía. Su embarcación llegó a Veracruz el 30 de noviembre y el 23 de diciembre ya estaba en la Ciudad de México.
Pasaron algunos días para que Ajofrín se recuperara del ajetreo del viaje y, una vez repuesto, acudió ante las autoridades para presentarse y solicitar el permiso para recaudar las limosnas y cumplir así su encargo. La primera autorización se la otorgó el Arzobispo de la capital en enero de 1764, luego, en marzo, el virrey Joaquín Juan de Monserrat y Cruillas, el Marqués de Cruillas, un hombre profundamente piadoso que le entregó además recomendaciones para que se le otorgaran todas las facilidades en su encomienda.
Ajofrín en una valiente decisión determinó separarse de su compañero para comenzar una travesía que lo llevaría a recorrer pueblos, villas y ciudades. Su aventura inició el 22 de marzo de 1764 y volvió a la Ciudad de México el 9 de octubre, casi siete meses en los que recorrió unas 400 leguas en esta primera etapa, ya que luego en una especie de “descanso” redactó y publicó un libro que puso a la venta para incrementar la obtención de recursos para la misión del Tíbet que era su misión principal. Luego comenzó una segunda etapa de travesía que lo llevó al Este y al Sur de México del 11 de diciembre de 1765 al 30 de junio de 1766.
Nos interesa a nosotros la primera de las travesías porque fue la que lo trajo a Guanajuato. A esa parte de su empresa en el Diario que preparó para relatar lo que le sucedía día por día le denominó, “Derrotero a la Provincia de Mechoacan, etcétera”. En la primera parte dedicada a este viaje, Ajofrín describió su salida de México, luego de haber dicho la misa en el altar de Nuestra Señora de Guadalupe, para caminar y caminar y pasar por muchos pueblos. Pasó por muchos pueblos antes de llegar a Querétaro, luego prosiguió hacia Xoréquaro y la villa de Acámbaro, Sinapequaro, Querendaro, Valladolid, Patzquaro (aclaro que estoy escribiendo los nombres tal como los escribió Ajofrín), el Xurullo y otros.
De vuelta pasó por la laguna de Cuiseo, Andocutín, Acámbaro, Salvatierra, Zurirapúndaro, Valle de Santiago, Salamanca en la América, Yripuato y, el 23 de julio, montado en su mula, llegó a cenar al pueblo de Marfil. Léamos al propio Ajofrín.
“… Tiene el pueblo de Marfil mil familias de españoles e indios; hay muchas herrerías, y son famosas en la América las armas fabricadas aquí, v.gr. cuchillos, machetes, espadas, puñales, etc. Está el pueblo fundado al principio de la cañada que llaman de Marfil, y no tiene más que una calle, y por medio pasa el río que viene de Guanajuato, por lo que está expuesto a inundaciones. Hay cura clérigo (que me recibió con cariño) del idioma tharasco. El día 24 por la mañana, salí de Marfil a pie por hallarme ya muy recuperado, y fui a comer al Real de Minas y ciudad de Guanajuato, una legua.”
“Todo el camino, que es un valle o cañada entre dos elevados cerros, está poblado de ranchos de labor, casas y haciendas donde se trabaja la plata de sus famosas minas. Corre un río por medio de la cañada, que nace en las sierras de Guanajuato y desemboca en Marfil. Por todo ese camino hay muchas cruces de las muertes que hacían los ladrones por robar el oro y plata que sacaban de la ciudad; pero la justicia del insigne capitán Velázquez limpió los caminos de esta mala gente, ahorcando a muchos en los mismos sitios donde hicieron las muertes y robos”
Interesante, sin duda, la percepción y la imagen que transmite el padre Ajofrín de esta zona de Guanajuato, aún sin entrar a la ciudad. Es notable como recupera la presencia de los talleres de forja, las fraguas y las herrerías que dieron fama al Real de Minas de Santiago de Marfil.
Destaca también el sombrío panorama del camino antiguo de marfil que estaba repleto de cruces, unas de las victimas que murieron durante algún asalto y las otras de los delincuentes que fueron sacrificados en el mismo sitio como medida de escarmiento a los ladrones que merodeaban la zona.
Pero Ajofrín prosigue relatando sus primeras impresiones de cuando comenzó a internarse en la ciudad por el rumbo de la antigua hacienda de beneficio de Guadalupe de Pardo.
“…Es Guanajuato ciudad confusa, rodeada de fragosos cerros, altos unos y otros bajos, cuya situación más parece estalaje (casa) de fieras que habitación de hombres, negando a sus vecinos llanuras y planicies en que formar casas; bien que el arte ha vencido a la naturaleza, allanando cimas, desmontando breñas (espesura de matorrales), para facilitar el terreno en que hoy se miran y admiran suntuosos y magníficos templos.”
“…Su situación (que está en la longitud de 272 grados 22 minutos y 22 grados 4 minutos de latitud) es heterogénea, compuesta de cimas, faldas y algunas cortas planicies. Está colocada en una cañada profunda, por donde estrechado corre un presuroso río, cuyas aguas, aunque salobres, son de beneficio para las haciendas de fundición. Sus alturas se ven coronadas de vistosos tropeles y pelotones de humildes jacales y pajizas chozas. El todo de esta enmarañada población, aunque agradable a la vista es sus partes, se hace tan imperceptible en el todo, que apenas se puede formar de ella un entero mapa, y por eso la daré separada en trozos.”
Dista de México esta Belén segunda (que así la han llamado algunos por su situación y terreno) 80 leguas por la banda del Oeste-Noroeste; sus cerros no crían otros árboles que matorrales verdes de palo fofo, o bobo, como llaman en otras provincias, con otras pequeñas matas; no obstante, se ve matizado el suelo de variedad hermosa de hierbas, acompañada de una multitud agradable de rosas, encarnadas unas, blancas otras, sin que falten los demás colores a formar una vistosa alfombra. Se encuentran albahacas silvestres, perpetuas de todos colores, enredaderas de varios géneros, mocos de pavo (Flor de terciopelo) y dondiegos (clavelinas) con otras alegres plantas.
Eran estos montes y breñas, antes de la conquista, lóbrega habitación de los bárbaros indios chichimecas, y aún hoy fuera inculto recinto de agrestes fieras si la providencia del Señor no hubiera depositado en sus entrañas la inmensa riqueza de infinitos tesoros de oro y plata, lo que ha hecho accesible este fragosísimo paréntesis de la América, en que no se halla ni tierra para sembrar, ni comodidad alguna para vivir, pues anduvo tan escasa la. Naturaleza que aún le negó el agua, de que abunda cualquiera otro terreno.
Por este motivo carece de agua para beber la ciudad, y ha sido preciso hacer una gran presa en una de sus cañadas que tiene a la banda oriente para detener el agua de un pequeño arroyo que corre por ella. Esta obra es magnífica y útil, pues, aunque no es de las mejores aguas, se provee de ella la ciudad, conduciéndola a cargas.
Se llamó esta ciudad en lo antiguo Villa de Santa Fe, de donde le han dado por armas y jeroglífico un escudo Real con la Fe en medio.”
Esta crónica del viaje de Francisco de Ajofrín la continuaremos.