La vuelta al jardín
Columna Diario de Campo
Luis Miguel Rionda
Hoy como cada año, con gran alegría, los guanajuateños y nuestros asombrados visitantes acudimos al centro de nuestra ciudad-patrimonio a participar en la verbena popular más colorida dentro de nuestro amplio calendario de fiestas populares y religiosas. El muy conocido “viernes de Dolores” o “día de las flores” ha convocado desde hace al menos tres siglos a los sufridos habitantes de estos cerros pelones y cañadas agrestes, para acompañar a la virgen dolorosa faltando ocho días para el calvario y sacrificio de su hijo, el mesías cristiano.
Los guanajuateños nos identificamos con esta advocación mariana por sus referencias inevitables al vientre telúrico de la mina, la matriz de la madre tierra, plena de metales preciosos, pero que suele cobrar muy caros sus dones, incluso cobrando vidas y salud de mineros esforzados. El pasado argentífero de Guanajuato explica esta adoración a una imagen que derrama dolor, tristeza y congoja, sentimientos propios de los oficios vinculados al beneficio de las riquezas minerales.
El dolor se modera con la profusión de flores, aromas, colores y alegría de los asistentes al Jardín Unión y la Plaza de la Paz, que se apersonan desde temprana hora para “dar la vuelta”, comprar flores, obsequiarlas o recibirlas, según el género del protagonista; desayunar si es posible, y luego emprender la visita a los siete altares y a los distintos domicilios donde se han montado los hermosos altares a la Virgen, con sus siete niveles, su hinojo, sus veladoras, sus flores de nube, alhelíes, manzanilla, mastranto, ramas de álamo o roble, cortinas púrpura y tejidos blancos, germinados de trigo, naranjas, plátanos, bolas azogadas, papel picado, un incensario, y a veces un petate de granos. Los anfitriones ofrecerán aguas frescas en cántaros de barro o vitroleros de vidrio, nieve de agua y agua de ambrosía. Los generosos convidarán tortitas de camarón y un mezcal.
Cada día de las flores me retorna mis recuerdos de infancia y juventud, cuando me era imposible faltar a esta cita: primero al baile la noche anterior en los salones de fiesta del pueblo, para salir en la madrugada hacia el jardín central, donde la Banda del Estado tocaba valses. Había que comprar flores para que, armado con ellas, tratar de ligar a la chica de tus sueños. Ya conocíamos el código: dar vueltas al jardín, en sentido contrario, galanes y mozuelas; a cada vuelta se ofrecía una flor a la pretendida; tres vueltas con tres flores aceptadas eran la señal para unirte a la doncella aquiescente y acompañarla el resto de la mañana. Muchos noviazgos se concretaron así.
Las señoras y señores mayores también asisten, con sus vestuarios primaverales o incluso regionales. Los suertudos desayunan. Otros sólo conversan y conviven. Tristemente la cantidad de personas ha perjudicado mucho a la fiesta, porque ahora los espacios los acaparan puestos callejeros precarios donde se venden baratijas horribles y los detestables huevos de broma para reventar en las cabezas. Pero con paciencia y tolerancia se puede seguir gozando de la hermosura de la ocasión y del marco magnífico del centro citadino.
Sigue valiendo la pena darse la vuelta en esa hermosa rebanada de queso, saludar a propios y extraños, y tolerar a los políticos que buscarán darse baños de pueblo. Al final, todo suma.
(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda