¿Ha notado que en México añadimos con regularidad la terminación –le a muchas expresiones? «¡*Ándale!», «¡córrele!», «¡apúrale!», «¡muévele!», «¡híjole!», por citar solo algunos ejemplos. Son palabras de uso regular en nuestra vida cotidiana. Incluso, la palabra que encabeza este comentario parece la firma de identidad de un presentador de televisión.

Esa forma de hablar no tendría mayor importancia, de no ser porque es confusa para hispanohablantes de otros países. Eso se debe a que estamos asignando a la terminación —le un sentido que no le corresponde en nuestro idioma.

Veamos una de las formas correctas. Suponga, amigo lector, que usted desea enviar un mensaje a una persona a través de otra. Seguramente usted iniciaría diciendo: «Dile a fulanito que…». Observe cómo si quitamos al verbo la terminación —le, queda como orden: di. Ahora, siguiendo con el ejemplo, como la acción de decir debe llegar hasta otra persona, a alguien que no está presente, entonces usamos la terminación —le. Esa fórmula, por tanto, sirve para que la acción recaiga en una tercera persona (la primera, gramaticalmente hablando, siempre es uno mismo; la segunda es directamente a quien nos dirigimos y la tercera, alguien lejano a la conversación). Es decir, que la terminación –le es un pronombre que hace recaer la acción del verbo a una tercera persona.

Por ello, nuestras expresiones están incorrectamente usadas y no tienen sentido para hablantes del español de otros países. No es conveniente dar una orden directa y añadir —le al final para que la persona que nos escucha haga algo. Si enunciamos «¡Apúrale!, ¡rápido!» no estamos indicando a la persona que se dé prisa; le ordenamos que meta prisa a otra persona: la acción de apurar con la terminación —le recae en alguien más. Lo recomendable para ordenar a alguien que haga algo con prontitud es «apúrate, date prisa» y no «apúrale, date prisa».

Ahora, no todos los verbos tienen la capacidad de admitir que la acción recaiga en otra persona. Considere los verbos andar y caminar. Como cualquier verbo personal, admite los imperativos: «¡Anda!», «¡camina!». Pero es imposible que se instruya a una persona para que recaigan esas acciones en otra: ¡*ándale! (¿tiene sentido andarle a otra persona?), ¡*camínale! (simplemente con «¡camina!» ya está la orden) —los casos inadecuados los he señalado con un asterisco—. Los verbos que admiten la terminación —le, únicamente tienen sentido cuando se involucra a otra persona.

Por extensión, en México aplicamos la terminación —le a exclamaciones. Hace años, únicamente se expresaba «¡hijo!» y «¡ora!», pero ahora suele oírse «¡híjole!» e «¡hijoles!», así como «¡órale!» y «¡órales!». Cómo exclamaciones son admisibles.

La terminación —le la usamos en México de forma indistinta para cualquier sexo, lo mismo hombre que mujer. Así, ordenamos: «Dile a fulanita o fulanito que…». En España es diferente. Si la persona a la que se debe informar del recado es mujer, por allá dicen: «Dila que…».

Otra forma de uso correcto para la terminación —le es con el tratamiento de usted. Esa opción se aplica en escasos verbos: «Estoy para servirle», pero sería preferible, «servirlo».

sorianovalencia@hotmail.com

 

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