72 años de Entremeses en Guanajuato, 2
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Columna Diario de Campo
Luis Miguel Rionda (*)
Comentamos la semana pasada cómo el joven abogado y dramaturgo Enrique Ruelas Espinosa ideó, con el apoyo y participación de algunos cófrades del callejón del Venado en la ciudad de Guanajuato, el montaje de algunos de los entremeses de Miguel de Cervantes. Esto con motivo del “congreso de los rectores” que se realizaría del 17 al 21 de febrero de 1953. Para ello se aprovecharía uno de los rincones de la ciudad más hermosos, y en su deterioro muy evocador del siglo de oro español: la singular plazuela de San Roque, donde confluyen seis callejas y destaca la sobria iglesia del mismo nombre. Un marco excepcional para escenificar un puñado de obrillas chuscas del manco de Lepanto.
Lo verdaderamente original del montaje fueron los aportes locales: el prólogo y evocación, del puño del exrector Armando Olivares Carrillo, acompañado de chispas escénicas donde figuran el propio Cervantes, don Quijote y Sancho, Rinconete y Cortadillo, el licenciado Vidriera (de las novelas ejemplares), la gitanilla, el caballero, escuderos, vendedores, frailes y un animero, para entonar una gañanada manchega. En sí un retablo que exuda espíritu cervantino, ilustrando el florecimiento cultural de España y la decadencia de su imperio, incapaz de comprender al mundo que le desbordó.
Los entremeses, los “pasos” y los “sainetes” son obrillas jocosas concebidas para entretener al público en los intermedios de obras escénicas más serias. Surgieron en el siglo XVI, pero cobraron impulso en el XVII, en los tiempos de Felipe III (1598-1621) y Felipe IV (1621-1665), quienes relajaron un poco los férreos controles morales de la contrarreforma. En 1615, el mismo año en que salió a la luz la segunda parte de Don Quijote, Cervantes publicó las “Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca antes representados”. Entre las comedias se encuentra “Don Pedro de Urdimalas”, obra que representó el grupo de Filosofía y Letras de la UG en 1972, en la Plaza de San Francisquito de Pastita.
De los ocho entremeses, Ruelas seleccionó tres: “Los habladores”, “La guarda cuidadosa” y la pequeña joya “El retablo de las maravillas”. Los dos primeros se entretejieron para hacerlos aún más entretenidos. El retablo se dejó íntegro, para respetar el mensaje de sabiduría popular, con su ironía y la moraleja subyacente: una auténtica burla de la hipocresía y superstición que empapaba la religiosidad hispánica de esos tiempos.
Se culmina con un excelso epílogo, también de la autoría de Armando Olivares, que incluye la primera estrofa de la “Letanía de nuestro señor don Quijote”, de Rubén Darío: Rey de los hidalgos, señor de los tristes / que de fuerza alientas y de ensueños vistes / coronado de áureo yelmo de ilusión / que nadie ha podido vencer todavía / por la adarga al brazo, toda fantasía, / y la lanza en ristre, toda corazón.
Se desata entonces la escena más emotiva y electrizante del mosaico escénico, con el repique febril de las campanas de San Roque y el juego de luces sobre los histriones y los comparsas, congelados en el tiempo, yacentes en la plazuela de la cruz de los faroles…
Seguiremos la próxima semana…
(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda