¿Cómo reaccionaríamos si de la noche a la mañana el mundo de habla hispana no pudiera comprenderse? Cual si fuera el fenómeno descrito en la Biblia –en el pasaje de la destrucción de la Torre de Babel–, las personas ya no pudieran comprenderse de súbito.

El lenguaje es el vehículo por antonomasia para comunicarnos. Dejar de contar con ello, nos metería en grandes problemas. De por sí, solo coincidimos en un ochenta por ciento en el significado y uso de vocablos (un buen porcentaje). Al dejar de ser la lengua el vehículo, estaríamos en gran problema: mensajes, libros, canciones, películas o programas de televisión dejarían de consumirse. El lenguaje de señas o las imágenes son insuficientes: ¿cómo representar los conceptos para comunicarlos? En los conceptos se asientan los valores, enfoques específicos de la realidad. Estos ya de por sí son diversos de una persona a otra; cuantimás de una región a otra o entre diversos países.

De ahí la preocupación de las academias de la Lengua por mantener la unidad del idioma entre los más de 600 millones de hispanohablantes. No obstante esta voluntad, la diversidad geográfica, la influencia mayor o menor de otros idiomas, la actitud receptiva o reticente de neologismos, la conservación de arcaísmos entre grupos menos globalizados y las posiciones irreconciliables de políticas locales sobre el español, propicia que el idioma presente numerosas fisuras.

Cuando fue presentado el Diccionario panhispánico de dudas, DPD (2005), culminaban 10 años de trabajo constante entre las academias para lograr una obra lo más genérica y conciliadora entre las diversas modalidades del español. La obra fue muy exitosa. Mucho tiempo hubo en que no se lograba consenso sobre el giro que debía tomar nuestro idioma. El Esbozo de una nueva Gramática de la lengua española (1973), preparada por la Comisión de Gramática de la Real Academia Española, no tuvo las simpatías del resto de las academias. Su sesgo hacia el español de la Península provocó más desavenencias que coincidencias, pero encrespó el ánimo para emprender una tarea de revisión conciliadora más profunda. De ahí que se haya logrado hasta el 2009 y 2010 la revisión de la Gramática y la Ortografía académicas.

El éxito de crítica de esos documentos ha sido baja. Dejar de tildar los pronombres demostrativos y el adverbio solo han sido los temas que incomodan a muchos grupos que se reúsan a incorporar esa norma a sus textos. Pero tengo la impresión que está por encima la ruptura de una costumbre que un motivo sustentable. Ya lo decía Einstein que era más fácil romper un átomo que una costumbre. Revisados los motivos, son muy plausibles.

A mi juicio, debe dejarse a la valoración y reacción social la maduración y aceptación o no de la norma. Nunca lo académico ha estado por encima de la sociedad. Esta dirá siempre el rumbo que habrá de tener el idioma. Pero lo importante es que no dejemos de comunicarnos entre tantos seres humanos.

sorianovalencia@hotmail.com

 

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